Apenas entra la visita al Hogar San José, los niños corren a abrazarla. Desconocen a los recién llegados, no saben de dónde vienen ni por qué están allí, pero aún así abren sus pequeños brazos. Pareciera que con ese saludo buscan reforzar la esperanza; la alegría por un futuro distinto al pasado de rabia y dolor que tienen común.

Son 17 niños cuyas edades están entre los 3 y 10 años. Todos están bajo medidas de protección del Estado, pues sus madres están recluidas en el Instituto Nacional de Orientación Femenina, INOF, de Los Teques.

Las mujeres privadas de libertad pueden compartir con sus hijos hasta que tienen tres años de edad, luego deben entregarlos a un ente de protección. En este caso el Hogar San José, de San Antonio de Los Altos, los recibe en el marco del programa Hogares de la Esperanza: un plan de atención para quienes por diversas razones han sufrido abandono, desnutrición, maltrato o abuso.

Se han vaciado los estantes de frutas del Hogar San José 
Este programa también es ejecutado en otras cuatro casas hogares (una en Baruta, dos en Guárico y una en Mérida) y todas ellas gracias a la comunidad Jesús es Señor, una asociación de fieles que practican lo que llaman vida consagrada. En este caso, acogen, educan, recrean y alimentan a los menores hasta que ellos puedan desarrollar un oficio o una profesión, o hasta que sus madres cumplan la condena y los reclamen.

Mientras esto ocurre, la hermana María José González junto a sus colegas Alba Rossi, Dionisia, Carmen y Berta, son las responsables de atender a losniños. González asegura que allí no han pasado hambre, pero sí reconoce que cada vez es más cuesta arriba conseguirle los alimentos.

 

“Todos estos armarios estaban llenos de comida. Ahora solo hay corotos. Se acabaron nuestras reservas. No tenemos carne, la que nos quedaba la haremos hoy en el almuerzo”, comentó la religiosa el lunes 6 de junio mientras mostraba los espacios del hogar.

Como si no bastase con vivir sin el referente principal de un niño: su mamá, y saber que ella no lo puede cuidar porque cometió un delito, los infantes son víctimas de la crisis que dificulta la compra de alimentos en el país. Aunque no se han ido a la cama sin comer, como lo asegura la hermana González, toda la organización de este grupo católico es insuficiente para garantizarle las tres comidas diarias, más meriendas que requieren: “Tenemos toda la disposición de servir a los más pobres, pero no podemos olvidar que se trata de un derecho de los niños, niñas y adolescentes que el Estado debe cumplir”.

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EL NACIONAL

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