Alba Uzcátegui tuvo que pedir una cola el miércoles para ir a su consultorio. La odontólogo salió de su casa en Prebo a las 6:00 a.m. con la luz encendida en el tablero de su carro que le indicaba que el motor estaba trabajando con la reserva de la gasolina. Se preocupó. Había leído de largas colas en las estaciones de servicio de la ciudad. Así que no lo pensó mucho y salió a intentar llenar el tanque su vehículo. Rodó por dos horas y no lo logró. Con pacientes esperándola tuvo que guardar el carro y pedir a un familiar que la llevara a trabajar.
Al día siguiente salió un poco más temprano. Su esposo la acompañó. Decidieron detenerse en la entrada de una gasolinera cercana a su casa aunque estaba cerrada. Ya había cinco personas esperando. El tiempo pasaba y llegaba más gente con el mismo objetivo. Antes de las 7:00 a.m. comenzaron a ver a trabajadores del lugar. Preguntaron lo obvio: “¿Hay gasolina?”, y la respuesta fue negativa. Uzcátegui no quería pasar por lo mismo del miércoles. No sabía qué hacer hasta que escuchó: “Debe llegar a las 8:00 a.m.”. Así que ella, su esposo y todos los que estaban en el lugar siguieron esperando.
La hora llegó pero la gandola no. Aún así nadie se iba. Llegaba más gente comentando lo largo de las colas en las pocas estaciones de servicio con inventario, la mayoría a media mañana ya estaba cerrada tras el agotamiento del cargamento recibido la tarde anterior. La demanda superaba la oferta. La odontólogo, resignada a no asistir a su consultorio ese día, se acercó a preguntar otra vez a un trabajador. “Si no llega a las 2:00 p.m. ya no habrá despacho hoy”. Vio el reloj. Eran las 10:00 a.m. Decidió seguir esperando.
Una hora más tarde la gandola llegó. Solo una de las dos que habitualmente envían desde el llenadero de Yagua. La advertencia fue clara: “Solo hay de 95”. A nadie le importó. Todos se quedaron en cola.
En el resto de la Gran Valencia solo 20% de las estaciones de servicio tenía combustible. En todas se repetían las colas. El resto 80% se mantenía cerrado. A José Feo se le vio sentado en el muro de concreto de uno de los tres surtidores que hay en la gasolinera para la que trabajaba. Conversaba con un compañero mientras jugaba con un pitillo en su boca. No tenían más nada qué hacer. “A las 5:00 p.m. de ayer llegó una gandola y a las 10:00 a.m. de hoy ya no nos quedaba nada”.
El sentimiento que podría describir la escena es “incertidumbre”. No sabían si les llegaría despacho. Estaban ahí solo cumpliendo horario y respondiendo a los clientes que pasaban por el sitio que no tenían ni gasolina ni información.
Oficialmente se desconoce el motivo de la irregularidad. Desde la Asociación de Comerciantes Expendedores de Gasolina se conoció que el hecho obedeció a un problema de bombeo en la refinería de El Palito que ya se resolvió pero persisten las “compras nerviosas”.
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