A pesar de que el gobierno insiste en victorias en la OEA, lo cierto es que le ha ido muy mal. La reunión del Consejo convocada por Venezuela fue una derrota diplomática importante.

La intervención de Zapatero fue aplaudida en términos de que fue una defensa del diálogo como mecanismo; sin embargo, las acotaciones que hicieron los miembros del Consejo, con las salvedades de los aliados estrechos del chavismo, fueron en relación con los Derechos Humanos y las libertades en general, incluyendo la de los presos políticos. Este acento fue lo que generó la ira de la Canciller Delcy Rodríguez, quien atacó a Estados Unidos en vísperas de la visita de Tom Shannon a Caracas; a México a propósito de las protestas de maestros en Oaxaca; y a Paraguay, por la supuesta pertenencia de miembros del actual gobierno a la dictadura de Stroessner derrocado en 1989, hace 27 años. Por su parte, el Embajador Bernardo Álvarez fue atrevido e irrespetuoso con el Presidente del Consejo, el argentino Juan José Arcuri. El resultado fue un ambiente receptivo a Zapatero como portador de la idea del diálogo y bastante frío con los voceros venezolanos por arrogantes y groseros.

Aunque el movimiento de los factores internacionales es muy intenso, pareciera que el Secretario General, Luis Almagro, tiene la puerta abierta para discutir el tema venezolano en el Consejo que él convocó, dos días después del que Venezuela solicitó apresuradamente con la idea de impedir el del 23 de junio. En realidad lo que logró la Canciller venezolana fue un desestimulo a una pretendida reunión de cancilleres de UNASUR que Ernesto Samper –el otro negociador tras bambalinas- había citado para el 22 de junio, también con la idea de desmontar la de Almagro.

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