El pavimento amaneció mojado y con vestigios de una noche agitada. Prometía ser un día importante. Las personas se movilizaban desde todos los puntos de la ciudad, que siempre se mantuvo en suspenso. Chavistas y opositores compartiendo una misma avenida. Enfrentamientos prolongados, pronunciamientos trascendentales y giros inesperados. Y al final del día, una Venezuela con dos presidentes.

 El 23 de enero, Caracas despertaba lluviosa. Gris por donde se le mirase. Una ciudad mucho más fría de lo que había sido en los últimos días del mes. La oposición venezolana, cohesionada circunstancialmente en torno a la figura de Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, había convocado a la gente a la calle para presionar “el cese de la usurpación”: Nicolás Maduro se juramentó Presidente para un nuevo periodo el pasado 10 de enero, luego de ser electo en unos polémicos comicios presidenciales en mayo de 2018, sin el reconocimiento internacional y la menor participación que ha visto la historia venezolana en una votación presidencial (46,02%).

Tras casi dos años de completa desmovilización de la masa opositora, las expectativas y la incertidumbre crecieron de forma sostenida las últimas dos semanas, en especial los dos días previos al evento. La cita era a las 9:00 am en nueve puntos de la ciudad capital.

Arrancó a rodar la moto y paró en el sureste de la ciudad. La gente empezaba a llegar graneadamente y se fueron anidando bajo el distribuidor Santa Fe para protegerse de la lluvia, la cual, como era de esperarse, retrasó todos los planes. “Tenía que llover hoy, además son brujos esos coños de madre”, dijo un señor apoyado en su moto, aún con el casco puesto.

Para la hora, la afluencia de vehículos era relativamente alta y las personas vestidas de  tricolor miraban con desprecio los carros que pasaban, sobre todo si alguno osaba tocar la corneta. “Los apáticos esos… ¿por qué no se bajan?”, comentaban entre sí y movían las manos con reproche. Lucían angustiados: el miedo que les provocaba un hipotético nuevo fracaso en la calle era palpable. Eran las 9:26 a.m.

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Ya para las 10:05 a.m. el barrio estaba desolado, todavía con olor a humo. Diagonal al cuartel donde hace un par de días se habían sublevado los 27 militares, se extendía una cola de personas a las afueras de una panadería. La gente que iba a la marcha ya había bajado.

Incorporándose a la avenida Urdaneta, un nutrido grupo marchaba a encontrarse con sus afines en el municipio Chacao. Para llegar desde el oeste de Caracas hasta la plaza Juan Pablo II (donde estaba ubicada la tarima opositora), la vía lógica exige atravesar Chacaíto, punto de partida de la marcha chavista. Algunos optaron por curarse en salud y tomar el camino largo, desviándose por la pudiente urbanización Country Club.

Rotley Maestre, técnico en electromedicina desempleado y habitante de Caricuao, aseguró que no le importaba caminar más si eso evitaba una confrontación. “No hay necesidad, ya los del Gobierno están ahí”.

Rodó la moto hasta el cúmulo de franelas rojas, en las adyacencias de la plaza Brión, a tan solo unos cientos de metros del destino final de la actividad opositora. El Gobierno también sacó su gente a calle. La concentración oficialista se enmarcaba en el rechazo al imperialismo norteamericano y la defensa de Maduro como legítimo jefe de Estado.

“Lo que queremos es que el imperio norteamericano deje a Venezuela tranquila… Nosotros estamos aquí con pie de plomo defendiendo a nuestro Presidente y si es necesario defenderlo con la vida, lo haremos”, declaraba un enfático Mateo Romero, vecino de Petare.

Entre la algarabía, un escueto número de valientes (Mateo sustituiría el adjetivo por “provocadores”) atravesaban en fila de uno el territorio de sus adversarios. “Se meten con Maduro, les quemamos el culo”, gritaban impetuosamente simpatizantes del impopular mandatario. “La patria no se vende”, les increpaban otros más pedagógicos. Los opositores se hacían paso con dificultad entre el jaleo y la euforia. “¡Libertad!,¡Libertad!,¡Libertad!”, respondían los más bizarros, con la mirada clavada en la nuca de quien los antecedía en la cola. El tránsito no pudo mantenerse en paz por mucho más. Una mano desconocida entre la multitud empuja y jala del bolso de un joven de unos 16 años, quien con el mismo impulso se voltea desafiante. “¡Ey! ¡Ey! ¡Ey!”, y aunque parecía imposible, la riña se abrió espacio. Unos golpes soltados con imprecisión e insultos volátiles van y vienen, hasta que los más sensatos de cada grupo se llevan a sus caballitos. Las doñas chavistas tratan de calmar la situación: “Eso es lo que ellos quieren, provocarnos. Y van estos bobos y caen en el juego… Quédense tranquilos”. Poco después, todo volvió a su tensa calma. 10: 58 a. m.

Ya con sol del mediodía y el calor de la humedad evaporándose, los alrededores de la tarima opositora rebosaban de gente. Los más puntuales esperaban la llegada de los dirigentes. Desde todos lados de la ciudad, se seguían sumando caminantes, algunos con más facilidad que otros. Hubo quienes nunca pudieron llegar.

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A través de las redes sociales se conoció que El Paraíso era el primer foco de represión de la jornada. Una de las locaciones fijadas por la  oposición fue la plaza Madariaga, pero los que allí se concentraron tuvieron el camino más difícil todos. Desde tempranas horas, la Guardia Nacional acordonó el perímetro y bloqueó la ruta de los manifestantes, que no tuvieron más opción que cambiar a última hora la ruta y enrumbarse a la autopista Francisco Fajardo.

12:40 p. m. Rodó la moto, sorteando las vías cerradas por los cuerpos de seguridad (“No hay acceso, ni pa’ prensa ni pa’ nada”), hasta finalmente incorporarse a la autopista Francisco Fajardo. A la altura de El Paraíso, los protestantes corrían, en contra sentido de los carros. Iracundos, indignados.

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Como si hubiesen escapado de algún lado, no menos de 20 motos (40 efectivos de la Guardia Nacional) persiguieron e interceptaron a la multitud caminante y, nuevamente, bloquearon su paso. Esta vez, hubo más gas.

A pesar de la represión, el grupo mayoritariamente conformado por vecinos de La Vega, Montalbán, Antímano y, por supuesto, El Paraíso, se desvió, una vez más, con la convicción inamovible de sumarse a la concentración principal. Descartaron la autopista e incursionaron por el Centro, en dirección a la avenida Lecuna.

La ruedas vencen los pasos, inclusos los más apurados, y los oficiales rápidamente se reubicaron y acordonaron la avenida. “Esto es insólito”, vociferó una muchacha con la cara envuelta. Se esperaban más bombas lacrimógenas y una estrategia de repliegue mucho más ofensiva, pero, por primera vez en el día, los efectivos hablaron. “Son órdenes”.

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No había más vías alternas. Los ciudadanos se replegaron a un costado, bajo la sombra de un edificio, algunos sentados en la acera, impotentes; otros, más combativos, se mantenían de pie frente al muro oliva, pero eventualmente, con rabia contenida, les tocaría regresar a sus hogares.

A pesar de la desolación generalizada de no poder llegar, pronto las redes sociales les levantarían el ánimo. Era la 1: 26 p. m. y paralelamente, en Chacao, Juan Guaidó se encaramaba en la tarima opositora frente a un conglomerado incalculable de personas que exigía a gritos que se juramentara como Presidente encargado de la República:

“Invocando los artículos (233, 333 y 350) de la Constitución Bolivariana de Venezuela (…) juro asumir formalmente las competencias del Ejecutivo Nacional como Presidente encargado de Venezuela para lograr el cese de la usurpación, un gobierno de transición y tener elecciones libres”, declamó, finalmente, el dirigente de Voluntad Popular, y Venezuela y el mundo contuvieron la respiración. 

La calle, las redes sociales y la mensajería instantánea colapsaron, en júbilo o en rechazo. “Lo hizo, lo hizo, el chamo lo hizo”. A partir de ese momento el día fue otro. Represión a lo largo del territorio nacional, pronunciamientos internacionales, alocución desde “el balcón del pueblo”.

Venezuela puede agregarse otro 23 de enero memorable: el de 2019. El lugar que ocupará en la historia venezolana es un relato que aún no se puede contar; nos tocará esperar y volver a rodar la moto.

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