Los seres humanos estamos en la búsqueda incesante del amor perfecto; esa pareja que represente la solución a nuestro vacío interno; el final tan esperado que acabe de una vez por todas con nuestra soledad. De lo que no nos damos cuenta es de que esto lleva a uno de los engaños más poderosos del ego. Ese amor sin errores (que es tan inexistente como la vida en el planeta Mercurio) parte de la premisa de que detrás de esa perfección que buscamos existe un miedo oculto a comprometerse, a establecer una relación afectiva.
Tenemos la creencia de que esa ausencia de amor es la que genera en nosotros un vacío que debe ser llenado a como dé lugar. Ese hueco interior hace que nos sintamos incompletos.
La famosa frase “estoy buscando a mi media naranja” se hace presente entre los que creen fielmente que les falta alguien para llenar esa vacante emocional con algo, que siempre tendrá que ser ocupado por alguien externo. En esta suposición empezamos a tener miedo de mostrar la verdad de nuestra esencia. Cuando conocemos a alguien a quien denominamos nuestra alma gemela aflora nuestro miedo a que si nos mostramos vulnerables ante esa persona, no le guste nuestro verdadero yo (sin maquillaje, con nuestros kilos de más, y esa celulitis que es lo único que nunca nos abandona), y que esta termine casi sin haber siquiera empezado. Como diría Ruben Blades en su canción Plástico: ¡qué fallo!
Una de la razones que nos hace fallar en encontrar a esa persona especial es sin lugar a dudas nuestras ideas acerca de lo que queremos encontrar. El no reconocer ni valorar a las personas tal como son, e idealizarlas de tal forma que se conviertan en personajes casi de ciencia ficción.
Cuando aceptamos lo único que ese ser puede ser (con sus cualidades, aciertos, pero también con sus desaciertos), esto sin duda nos pone en un ámbito más humano y real.
Marianne Willianson en su libro Volver al amor expresa que mientras nosotros nos empeñemos en ver solo los errores de una persona, no podremos verla con una visión más elevada, como la vería Dios. Mientras esto no suceda, no podremos estar en paz. Es así como queda en evidencia que el único error está, sin lugar a dudas, en nuestro pensamiento.
El ego no es el lugar donde todos somos malos, sino más bien donde todos nos sentimos heridos. Es por ello que el amor de pareja nos pone en muchas ocasiones a aflorar nuestros dolores existenciales. Este amor pone a prueba toda capacidad de aceptación, de perdón y de desinterés, y es cuando estas características afloran (a pesar de lo imperfecto del otro y de nosotros) que nos daremos cuenta de que como ser humano que es, al igual que nosotros, está en proceso de crecimiento. Nadie jamás estará totalmente sin nada que aprender, madurar o transformar mientras viva. El problema radica en que en muchas ocasiones no podemos apreciar lo maravilloso que es una persona para nuestra vida porque tenemos una idea de una persona perfecta y este concepto nos bloquea la percepción y la presencia de un posible gran amor.
El buscar desesperadamente la persona que nos salvará hace que esa misma angustia aleje las probabilidades de encontrarlo, ya que esa impaciencia se siente a nivel energético. Son como ondas que repelen, así que aquí debemos calmarnos y confiar, principalmente en nosotros.
El amor para mí es una decisión que tomamos día a día. Podemos, entonces, dicho todo esto, empezar a usar nuestra conciencia para comenzar una sanación que se hace en el presente y no en nuestro pasado, para no seguirle echando la culpa de nuestros fracasos continuos a las personas que ya no están en nuestra vida o a las que ahora se nos aparecen en el camino y nos llevan a pensar que nuestro cupido se emborracha; así solo estaremos evadiendo y culpando a otro de lo que está sucediendo, aquí tomamos responsabilidad de la parte que nos toca. Estas situaciones y parejas que van apareciendo en escena mejorarán proporcionalmente según nuestra conciencia. Se alinearán más, según la seguridad que tengamos de sabernos seres completos, porque solo estamos buscando alguien que acompañe nuestro andar.
En cualquier situación donde sintamos que no conseguimos con quien compartir nuestra vida es un deber darnos cuenta de que lo único que falta es lo que nosotros mismos no nos hemos dado. Por ejemplo, un sentimiento como el enojo, que surge con mucha frecuencia en nuestras relaciones y es un sentimiento que estamos reprimiendo, al no comunicarlo se irá acumulando hasta estallar. Si nosotros nos llenamos con estos sentimientos y no los expresamos con el debido respeto y a tiempo, si no aceptamos que hay una parte siempre de nosotros que no es perfecta, que tenemos oscuridad, pero igual no dejamos que esta prevalezca, esto nos dará el contraste perfecto, la oportunidad para expandir nuestro corazón y poder tener relaciones sanas emocionalmente hablando.
Siempre pensamos que si una relación falla es porque el otro hizo mal. Para corregir este pensamiento el foco debe estar apuntando siempre a nosotros porque es lo único que podremos cambiar y mejorar. Cuando nos conseguimos con parejas poco comprometidas, debemos examinarnos hasta ver si estamos preparados realmente a comprometernos en una relación. Puede estar pasando quizás que no hemos perdonado a aquellos que en su trato no pudieron ir más allá de la muralla que les construyó el miedo. Así mismo, debemos pensar de qué manera contribuimos nosotros a que todo esto se generara de este modo, que nuestra relación fuese un caos. Me atrevo a decirte que tienes la responsabilidad en por lo menos un 50 % de ese desenlace.
Cuando nosotros mismos estemos convencidos primero de lo maravillosos y especiales que somos antes de buscarlo afuera, esa salvación que esperamos en los demás vendrá desde nuestro interior. Esto lo digo para que de una vez por todas empecemos a renunciar a la idea de que no somos suficientes. La autoestima en este punto jugará un rol primordial.
Para finalizar les propongo a los que ya hemos pasado relaciones anteriores, en lo posible sanarlas de la mejor manera que se pueda. Reconocer los fallos y aciertos que tuvimos en ellas nos ofrecerá la oportunidad de amar desde una posición más entera, plena y madura.