Una de las características más peligrosas del modelo político administrativo que quiso imponer Hugo Chávez aquí fue el desorden dentro del cual se movió. Un desorden producto de su innata emocionalidad, a veces delirante, y su carencia de formación intelectual.

Esto dicho sin ánimo despreciativo, sino fáctico. Desde que descubrió la capacidad inconmensurable del poder total en Miraflores, se vio compelido a oír y a aprender sobre la marcha, urgido como estaba por razones de la más elemental supervivencia como Jefe de Estado, un rol en el cual se encontró no por el ansiado golpe militar del 4 de febrero de 1992, que siempre lo obnubiló, sino por la insólita victoria electoral de 1998. Insólita para él, ya que se trató de una vía ni militar ni sangrienta, como sus dos asonadas, sino por el consejo de ese enigma de la política venezolana que es Luis Miquilena, mi amigo, y algunos Notables más, algunos conocidos y otros ya no tanto.

Y ese desorden lo estamos pagando hoy.

El desorden: quizás la peor característica del modelo de comportamiento político y del ejercicio del poder que Chávez nos quiso imponer para subvertir y acabar con el modelo democrático venezolano.

Esa improvisación constante ante los desafíos y necesidades de soluciones administrativas, técnicas e intelectuales que conllevan la conducción de una institución tan importante, tan trascendente y tan compleja para la vida (o la muerte) de una Nación como la Presidencia de la República. Y digo “muerte” sin afanes retóricos. La sola experiencia cotidiana de velocidad destructiva y demencial en que nos estamos desenvolviendo cotidianamente los venezolanos del siglo XXI comienza a amenazar, incluso, nuestra existencia.

Una especie de implosión nacional con rebote internacional, de incontenible fuerza entrópica, con un desorden molecular sin rienda y sin límite sano conocido, sin control institucional y democrático, nos arrastra hacia ninguna parte.

Lo que hace que uno, como ser humano, como venezolano, se sienta como los abandonados por Dios a su suerte.

Vivimos un estado de conmoción tal que sólo tiene lugar cuando una cofradía en el poder hace tronar sus trompetas de guerra, pero ya no contra un país vecino que la invade, como a Ucrania sonó las suyas contra Rusia, sino esta vez desde nuestra pobre realidad contra la potencia militar mas poderosa del planeta.

¿Cómo se baraja tal despropósito?

¿Cómo se hace eso, desde un país que no comprende más allá de las clarinadas y del rugido de la propaganda militar oficial?

¿Qué es lo que pasa?

Tal es el divorcio del poder existente con una mayoría del país que luce inerme ante tal sacudida.

Es inconcebible el grado de indefensión al que llegamos todos (absolutamente todos, sin distingos) los venezolanos, en esta hora menguada.

Nadie. Absolutamente nadie alza una voz movilizadora en solicitud de un reagrupamiento racional y nacional, dada la coraza institucional con la que se están conduciendo nuestros asuntos como venezolanos desde el poder.

Es tal el pánico larvado que sacude nuestras entrañas ciudadanas que casi no nos deja respirar.

De pronto estamos ante un tablero nuevo. Y un Nicolás Maduro demasiado inexperto se salta la rutina y los comportamientos de rigor, y acude al Parlamento a insultar a los miembros de la oposición y a llamarlos “apátridas”.

Pero ya nadie cae.

Todos sabemos que por ahí no van los tiros.

Lo sabemos por el grado de descomposición institucional y política que está carcomiendo los resquicios de nuestra consciencia como ciudadanos entrampados en esta miasma.

Por ejemplo: las hijas de Rodolfo González, preso desde 2014 tras ser acusado por un “patriota cooperante” y una fiscal de apellido Haringhton que ya comienza a hacerse famosa, declararon que “la tortura psicológica a mi padre en el SEBIN fue muy grande”.

González fue señalado como el supuesto cerebro logístico de una protesta ciudadana en la que las supuestas víctimas y quienes las apoyaron son los verdaderos culpables. Una truculencia policíaca que sólo se le puede ocurrir a quienes estén al frente de un régimen de esencias metabólicas eminentemente fascistas, aunque con vestimentas dizque socialistas.

Sólo unas mentes así son capaces de asimilar y transformar una sustancia como el otrora copeyano embajador y diplomático de carrera Roy Chaderton en un hombre capaz de burlarse ruinmente de las víctimas de proyectiles, como la cabeza del niño de 14 años que murió asesinado hace unas semanas en San Cristóbal por un arma disparada por un policía.

En una protesta: no en una guerra.

Desde su morbo, quien fuera el hijo dilecto de un hombre como Arístides Calvani (en otra época, ¿en otra dimensión?), decía Roy Chaderton: “El sonido que produce una cabeza escuálida es mucho menor. Es como un chasquido, porque la bóveda craneana es hueca. [La bala] pasa rápido, pero eso se sabe después de que pasa el proyectil”.

Y así termina desnudando la verdadera esencia de esto.

Tras declarar Obama una extravagante “emergencia nacional” frente a nuestro país, convirtiéndonos en una “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y política exterior” de EE.UU., el presidente Maduro hace sonar las estridentes trompetas de la guerra, como si de Cuba se tratara.

Al parecer responde a razones más importantes en su agenda que el restablecimiento de las relaciones diplomáticas propuesto por Obama con los Castro. Estaría midiendo cuál es el papel definitivo de Cuba en el continente, manifiesto en la presión de varios gobiernos latinoamericanos para que Raúl se incluya entre los invitados a la Cumbre de las Américas y la petición de que se readmita a Cuba en la OEA.

Incluso, según algunos “Cuba se ha vuelto para Washington un asunto continental”.

Tras advertir que el restablecimiento de relaciones luce como materia de redención para su carrera, Obama le ha impuesto la mayor aceleración posible al proceso, dado el escaso tiempo que le queda en la Casa Blanca. Así que Raúl Castro (naturalmente) se ha encargado de ralentizar las negociaciones, pidiendo condiciones cada vez más extremas como que se levante el embargo, que le devuelvan la base naval de Guantánamo, que haya compensaciones económicas y, por razones de supervivencia y como carta final, la negociación de su influencia o sujeción sobre una Venezuela convulsionada.

Una Venezuela con la que los cubanos estarían ganando ventajas sobre Obama, en esta hora de las apuestas.

Pero, según otros Cuba, está negociando la situación del régimen de violencia venezolana in crescendo, dada la desatención palmaria de parte de la conducción nacional y la evolución de nuestra crisis económica, política y social, además de la incapacidad para importar productos básicos y el precio declinante del petróleo.

Quienes lo sostienen señalan que Nicolás Maduro reconoció haber aprovechado el martes de carnaval para reunirse con Fidel Castro y su hermano. Y nada más regresar encarcelaron al alcalde metropolitano Antonio Ledezma, a sabiendas de las consecuencias desestabilizadoras de ese hecho. Se especula si la decisión se produjo por órdenes o por recomendaciones estratégicas recibidas en La Habana, pues el comunicado oficial cubano de solidaridad con las medidas de Maduro dejaba claro que la escalada represiva no había sido desaconsejada por Cuba.

Estados Unidos y Cuba jugando su juego propio.

¿Qué pensar?

¿Venezuela convertida en la pieza de un ajedrez fatal?

¿Nuestro presente y nuestro futuro como piezas de un juego extraño, tan ajeno para nosotros como fatal?

Nosotros capturados como conejos por circunstancias absolutamente fuera de control, dada la desmesurada y gravísima crisis de gestión política, económica, social, institucional y financiera.

Nosotros entrampados en este fallido experimento revolucionario.

Y lo que hasta ahora era un conflicto con Estados Unidos, como dice Rocío San Miguel, centrado en acciones diplomáticas y administrativas, se convierte en un conflicto militar al cual asistimos, como invitados mudos y sin importancia, víctimas de una gravísima cadena de acontecimientos.

¿Por qué?

¿Es realmente cierto que estamos a punto de que el gobierno de Obama nos invada? ¿Es cierto que, en una escalada que puede sacarnos de cualquier consideración, el ejército de Cuba será el que se apersone aquí con toda su presencia militar en nuestras playas (a lo Angola) para garantizar nuestra supervivencia ante la amenaza de Estados Unidos? O lo que se teme es lo que la Canciller oficialmente contempla como un “bloqueo financiero, un bloqueo comercial, un bloqueo económico” a Venezuela, tras el catastrófico desorden y colapso de nuestra finanzas?

Un repaso a nuestra historia reciente revela los hechos de un conjunto de hechos provenientes del exterior con acusaciones contra algunos funcionarios de esta administración. Abarcan tres líneas maestras de una estrategia de involucramiento en escándalos de violación de derechos humanos, luego de narcotráfico internacional y, finalmente, de corrupción.

Tres avanzadas que, aunque involucren a militares y civiles, al menos hasta ahora no tienen ningún contenido bélico.

De manera que los cubanos no tendrían por qué venir. Y nadie que no sea Maduro los podría llamar, pues (hasta ahora) ni hay guerra ni necesitamos que nos estructuren como Nación, militarmente hablando.

Lo que sí luce mal (muy mal y muy grave) es medio de tanto nacionalismo se haya abierto a PDVSA una investigación por parte del Financial Crimes Enforcement Network (FinCEN), la unidad antilavado de dinero del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, por presuntamente encontrarse inmersa en actividades delictivas, tras lavar cerca de 2 mil millones de dólares a través de Banca Privada d’Andorra usando empresas fantasmas.

Banca Privada d’Andorra fue intervenido esta semana y, como dijo la directora del FinCEN Jennifer Shasky Calvery al hacer el anuncio, los “gerentes corruptos de alto rango convirtieron en un mecanismo de fácil uso para lavadores de dinero, para canalizar los recursos del crimen organizado, la corrupción y el tráfico humano a través del sistema financiero de Estados Unidos”.

¿Y si lo que buscan desde la Casa Blanca es aislar a Nicolás Maduro con las sanciones del protectorado cubano, justo ahora que hastalas FARC están llegando a acuerdos con el presidente Santos para terminar con esa masacre histórica?

¿Y si lo que juega Venezuela está a contrapelo de lo que se mueve en el resto del hemisferio con respecto a Washington, sólo con la intención de salvar el pellejo (y el bolsillo) de una clase cívico-militar justo cuando nuestra economía se desmorona?

¿Y si Maduro se aquilata en el frente interno, acudiendo al nacionalismo de cara a unas elecciones parlamentarias inminentes que sabe que puede perder?

Igual que tantos gobiernos autoritarios, el piso de Maduro se tambalea y lo arrincona en un radicalismo numantino.

Así que apuesta sin ambages a una conflagración, con un temperamento tropical que intenta inyectarle a sus seguidores un entusiasmo desmedido por la guerra interna, para aparentemente legalizar la violencia y sus conquistas sistemáticas.

Rompe cualquier posibilidad de consenso, de diálogo elemental y, por lo tanto, de cohesión social. En resumen: violenta su relación con el adversario, llevando las tensiones al límite.

Ni rectifica ni dialoga.

No se da cuenta de que el daño es profundo.

No se da cuenta de que el exceso de concentración de facultades y poderes que heredó de su antecesor y mentor sólo nos condujo a un híper presidencialismo estéril y a una personalización del poder que convocó toda esta crisis.

Maduro, mal aconsejado, estructura el conflicto como un cul de sac, sin importarle la desestabilización de su propio gobierno.

De su propio país.

PRODAVINCI

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