Si un extranjero llegara a Venezuela de improviso, sin tener ninguna o muy poca información del desgarramiento político existente en el país, y se dedicara a leer y escuchara en los medios y en las redes sociales las dos versiones –la oficial y las no oficiales– sobre la presencia de Nicolás Maduro en la Cumbre de las Américas recién realizada en Panamá, concluirá de inmediato que algo muy extraño, algo que celebraría con entusiasmo Erasmo de Rotterdam, ocurre en este lugar.

En la versión oficial, la que circula en los medios del gobierno, y en las televisoras y diarios privados puestos a su servicio, hoy en día la fuerza de opinión hegemónica dentro del sistema comunicacional venezolano, el extranjero se encontrará con una conclusión única, repetida con rigurosidad coral por redactores, locutores y comentaristas. Algo así como: ¡Éxito total! Maduro con el apoyo de los gobiernos latinoamericanos le quebró el brazo, mejor aún, noqueó de un certero jab en la mandíbula a Obama y el imperialismo.

En cambio, si el visitante lee o escucha las noticias y los comentarios de los cada vez más escasos diarios o emisoras independientes del gobierno, o si revisa el grueso de la prensa internacional, se encontrará con una versión absolutamente diferente: ¡Fracaso total! Obama no echará atrás el decreto que castiga a los funcionarios venezolanos violadores de derechos humanos, ni hubo consenso entre países latinoamericanos para condenar supuesta injerencia de Estados Unidos en los asuntos internos.

El visitante será sorprendido una y otra vez. En un diario no oficialista y en Youtube verá la noticia sobre el supuesto ridículo que hizo el presidente venezolano poniendo en escena de manera torpe a un doble suyo acompañado de alguien parecido a John Lennon. Pero al día siguiente en un canal televisivo verá y escuchara a Diosdado Cabello, presidente del Parlamento local, y un periodista aliado que lo entrevista, aseverar con absoluta seriedad que el incidente del doble jamás ocurrió, que se trata solo de otro invento de la derecha mundial.

Si ha visto, por ejemplo, el reportaje de la televisora colombiana Caracol, nuestro observador presenciará en vivo el cacerolazo que los venezolanos emigrados a Panamá, residentes en los alrededores del lugar donde se realizaba la Cumbre, realizaron mientras Maduro intervenía. Tan sonoro que se escuchaba, para incomodidad de muchos y estupefacción de otros, en la propia sala de conferencias.

Pero si nuestro viajero mira, por ejemplo, el diario Vea, encontrará en cambio una foto destacada de un Maduro exultante con los brazos abiertos acompañada de un texto que explica que el hombre recibe el aplauso de los pobladores del barrio El Chorrillo, adonde fue de visita a quienes, en su decir, más sufrieron cundo la invasión americana en los tiempos de Noriega. El “cacerolazo” no existió.

Lo que le extrañará al visitante no es que haya versiones diferentes del mismo hecho. Eso es absolutamente normal y además saludable en un sistema democrático y abierto, donde existan medios privados que generalmente se adscriben a tendencias políticas de manera más o menos explícitas. Por ejemplo, en España El País siempre ha sido “progresista”, más a la a izquierda, y ABC o El Mundo, a la derecha, pero la cobertura de una gira de Rajoy –el nuevo mejor enemigo de Maduro– se realiza más o menos en los mismos términos noticiosos pero obviamente con diferentes interpretaciones.

Lo que sorprende al visitante ilustrado, y lo que debe preocuparnos profundamente a los ciudadanos locales, es que no son los mismos hechos los que se relatan. Entre ambas versiones de la gira de Maduro, y prácticamente de cualquier otro hecho, como el desabastecimiento, por ejemplo, no hay puntos en común. Son algo así como sucesos diferentes. Realidades paralelas. Mundos sin puentes. Países mutuamente invisibles. Sin puntos de confluencia. Ni espacios de comunión. Una nación comunicacional, afectiva e ideológicamente rota. Sin visiones de presente ni futuro común.

EL NACIONAL

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