Si alguien se preguntaba qué iba a hacer el Gobierno si se percataba con cifras de que iba a perder las parlamentarias, fueran cuando fueren, ya las respuestas están aquí.
La detención de Ledezma (y no “su captura”, como anunciaba en cadena nacional el ciudadano presidente de esta República liliputiense, imaginándose o haciéndonos creer que lo habían aprehendido en un sorprendente operativo en la frontera mientras huía, y no en su oficina con decenas de Robocops y un gigantesco ariete para romper en pedazos sus paredes de cristal, ¡qué cosa más ridícula!) es una de esas respuestas.
Aparte de este otro colmo de la truculencia, el Gobierno disponía de más opciones. No hacer las elecciones, por ejemplo. Suspenderlas. Acabarlas. Quizás otra atrocidad, como darse un golpe de Estado (una salida no desterrada, cuando hoy uno se pregunta si lo que ocurre, en esta militarización de nuestra existencia civil, no es realidad el desarrollo de un larvado golpe en ejecución, en cámara lenta). O una última opción, odiosamente democrática: la imposibilidad ideológica de aceptar la reversibilidad de este régimen que desde aquel manotón de 1998 declararon perpetuo.
Definitivo. Estúpido. Torpe.
¿Han tomado, sin respirar, el duro camino de tratar de ganarlas sin suspenderlas? ¿Creen que ejecutando a actores (casi militarmente) debilitan a la Oposición? Pues sobre la mesa nacional están desde hace varias semanas actos represivos y divisionistas, que han ido in crescendo hasta la detención del Alcalde Metropolitano, Antonio Ledezma, y la puesta en marcha del proceso de eliminación de la inmunidad parlamentaria de Julio Borges, el capitán del partido que actualmente más los debilita y dobla como la Kriptonita, el “coco” de la Oposición, ese monstruo (¡ja!) Primero Justicia.
¡Qué bolas!
Y todo vestido de la cabeza a los pies con el ropaje represivo de una patada más… y otra… y otra.
Como ese supuesto plan militar secreto, filtrado contra esta supuesta “guerra económica” mediante la GNB y unos “patriotas cooperantes”, de montarse sobre las empresas (que quedan) y así poder controlarlas, asignándose “labores de inteligencia” al “poder popular”, con todo y una sala de control para la “búsqueda, seguimiento y análisis” de información y “un mapeo geo-referenciado”, junto a la toma militar con “ejes de actuación” y no sé cuantos “anillos de control”.
Uno ya casi escucha los walkie-talkies y el sonido sordo de las botas claveteadas subiendo o bajando por las escaleras y tumbando las puertas de al lado (como tumbaron las de Ledezma), en medio del estrépito y el miedo.
El régimen ya persigue.
Y se esperan más encarcelamientos, todo por un solitario documento llamado “Acuerdo Nacional para la Transición” que, sin el respaldo de la MUD, les vino como anillo al dedo.
Bueno, el hecho es que se ha vuelto a disparar otra sonda y ahora toca esperar a ver cómo se moviliza el país; cómo algunos aspirantes a un liderazgo personal, sin el respaldo de una absolutamente necesaria organización colectiva unitaria y sólida, sofocan las hormonas y el vedetismo, para ponerse en trance de mesura y austeridad.
De control.
De frialdad.
Y son las herramientas democráticas y pragmáticas de dirección las que deben aparecer cuando quieres superar la realidad de un orden (como hace este régimen), porque cuando quieres superar la gravedad y convertirte en el Hombre-Cohete (a todos nos pasa) llega el momento en el que “el orden natural de las cosas” te ajusta.
Cuando se está en una fase de desenlace (si es que eso es lo que ahora existe), hasta la locura del Gobierno tiene un límite.
Todo tiene un límite.
Y algo o alguien debe pone orden.
Como me decía un taxista, sabio como los hay muchos: “Todo esto tiene el sello de una organización del mal, más que de una gente de Estado”. Querer ilegalizar de facto a la oposición. Empujar el país hacia el abismo de la violencia. Sacudir a la opinión mundial con las truculencias. Armar unos juicios políticos de guerra. Comenzar persecuciones por traición a la Patria sólo porque en un documento se habla de una transición política, atribuyéndosele un enfoque insurreccional acudiendo a aberraciones judiciales.
Hasta la UNASUR (en un comunicado redactado con filigrana diplomática que dice más de lo que parece) y la OEA están llamando al Gobierno a parar. Porque, repito, se esperan aun mas detenciones y leyes y reglamentos y decretos para que ayuden al régimen a inhabilitar a quienes quieran participar en las elecciones parlamentarias.
UNASUR y OEA le solicitan al Gobierno regresar lo más pronto posible a la órbita.
Porque sí: el miedo es contención, pero hasta un límite dado.
Sin que se sepa claramente si es Maduro quien controla a las FANB o son las FANB las que lo controlan a él, sin saber desde dónde es que está viniendo el golpe verdadero, ¿más que unas parlamentarias, lo que hay que esperar es el azar, lo imprevisto?
Las ejecución delicada de la política, que es lo que se impone en esta situación de desestabilización que busca el caos, no está viniendo precisamente desde el Gobierno… ni desde el Estado, como sería de esperar.
Examinen y verán lo que todo el mundo ve.
Por ejemplo: el economista e historiador Héctor Valecillos decía que este sistema (si es que acaso es un sistema) “se ha reducido a meras formalidades que sirven sólo a propósitos propagandísticos”. Y mientras tanto, probados hombres de izquierda, como el profesor universitario Miguel Angel Hernández, reclaman (imagino a lo queda de izquierda sana en este catastrófico naufragio militar) que “lo que hay que hacer es investigar y poner presos a quienes saquearon el país y se robaron 260 mil millones de dólares en importaciones fraudulentas a través de empresas de maletín”.
Vamos más allá: se acaba de demostrar, tras una seria investigación de un pool de universidades autónomas venezolanas, el 48% de pobreza de los hogares venezolanos que vivimos una crisis generalizada. Se han destruido dos bastiones básicos de la economía: PDVSA y las empresas básicas de Guayana. Las cifras de esta semana del propio y maniatado Banco Central de Venezuela registran la mayor inflación de los alimentos, que ya pasó la barrera de los 100 puntos porcentuales.
Y la complejidad de la corrupción ya estructurada rompe los diques de cualquier consideración internacional.
Y eso que a nadie parece importarle: que sólo con dos firmas se hayan movilizado 12 mil millones de dólares (la mitad de las Reservas Internacionales del Estado) para colocarlos en una cuenta de la sucursal de HSBC en la banca privada suiza, el segundo banco más grande del mundo y al que se le acaba de demostrar en medio de un gigantesco escándalo que le permitieron a miles de clientes alrededor del mundo guardar y extraer dinero de sus cuentas, sin reportarlas a las autoridades fiscales correspondientes, constituyendo un caso de evasión fiscal y lavado de dinero sin precedentes que tiene a todos los gobiernos abriendo investigaciones en sus países.
Es decir: lo que debe pasar cuando el Estado utiliza la banca suiza para guardar los fondos de la República.
Es la consecuencia de haber despojado (de que Hugo Chávez haya despojado) de su autonomía al Banco Central de Venezuela para crear esas gavetas de fondos para dilapidar, sin que el pueblo venezolano supiera dónde estaban, en qué ni cómo se invirtieron… e incluso cómo es que los fondos no existen hoy o dónde está esa plata.
Esos aspectos que Chávez se saltó para poder utilizar esas cantidades de dólares, por la voracidad fiscal que exigió la implantación de este modelo militar populista, tienen ahora a nuestra República (o, mejor dicho, a sus mandamases) en la primera plana mundial junto a celebridades como los traficantes de drogas mexicanos, junto a los reyes Abdullah II de Jordania y Mohamed VI de Marruecos, junto al sultán Qaboos de Oman, e incluso junto a Phil Collins, Alejandro Andrade y Diego Forlán.
El dilema es que ya no hay vuelta atrás.
Y dadas las características de la catástrofe, lo que la realidad exige no son estas amenazas ni estos arietes. Tampoco tanques ni operaciones logísticas militares para detener las protestas o la única salida electoral e institucional, con la consigna del me caigo y me traigo el techo.
Lo que la realidad exige es un reordenamiento del modelo económico y del modelo político.
Y con el respaldo de la comunidad internacional… que en algún momento se va a pronunciar, aunque el intento desesperado un desorbitado Maduro, acorralado por una desorbitada crisis, intente desorbitar cualquier salida.