A la consabida, infaltable y natural pregunta de “¿cuánto va a durar esta pesadilla”? que le hacen constantemente, a muchos “analistas”, “porque usted está bien dateado “, éstos le sacan el cuerpo con cualquier ambigüedad que les permita salir del paso, o peor aún, con una respuesta destemplada: “¿Acaso me ha visto usted cara de pitoniso o dueño de una bola de cristal?”. Claro, usted puede salirse de la suerte si cree, o finge creer, que “el golpe democrático está a la vuelta a la esquina” o que si somos pacientes, por la vía electoral, pacífica y/o constitucional, el mandado estará hecho algún, día, generalmente más tarde que temprano.

A mí, enredado en la coyuntura, perdido en una madeja infinita, tratando de desentrañar las primitivas sargentadas (y que me perdonen los sargentos, sobre todo los técnicos) de Diosdado, las obviedades a la manera de un Chávez devaluado que perpetra Maduro en sus cadenas, la pugna feroz que se escenifica en la penumbra de las cavernas entre el monje loco y el susurrante vicepresidente de la economía u observando al “protector” de Miranda, mientras fragua acuerdos con los fundamentalistas musulmanes (y otros que no lo son, cuadrados, como están, con el materialismo dialéctico) me cuesta, con creciente dificultad, mirar más allá de lo que va a suceder en el período que hay entre el almuerzo y la cena.

Los “analistas” vivimos intensamente la coyuntura, respiramos con fruición cuando Rodríguez Torres denuncia a golpistas venezolanos conspirando desde Canberra, en comandita con elementos sediciosos que juntan armas en Tasmania; entramos en trance cuando arrestan unos imberbes de 16 años, trasladados a la cárcel de Tocorón, luego de desmantelar el campamento de guerra (no confundir con la económica), estratégicamente ubicado en el emplazamiento de la plaza Alfredo Sadel (¿acaso este individuo, digo, Sadel, no era adeco y contribuyó a la caída de Pérez Jiménez?) y así pasamos del hecho al dicho y del dicho al hecho sorteando la coyuntura sin parar mientes en la respuesta que plantea la preguntica en cuestión: “¿Cuándo despertaremos de esta pesadilla?”.

Obviamente yo carezco de una respuesta satisfactoria y apenas atinaría a aventurar el hecho de que nuestra generación, aquella intermedia, que se sitúa exactamente entre el advenimiento de la democracia representativa y de nosotros con ella (1958) y su final (1989-1992), creímos, durante mucho tiempo, que aquel proceso, con todo lo que lo criticábamos, era irreversible, que las perspectivas conducían a su fortalecimiento (incluso a su radicalización). E, incluso, ignorantes, suponíamos que estábamos ante una regla universal, cuando, en realidad, ese tiempo de relativa felicidad era la excepción de la regla.

Roberto Giusti
@rgiustia

EL UNIVERSAL

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