La imagen expresa con felicidad grande lo que se supone es el espíritu esencial de la democracia, la convivencia pacífica entre actores políticos que piensan diferente y dirimen sus divergencias sobre las maneras de conducir el país, la región o la municipalidad a través de la opción civilizada del voto.

Hablo del retrato con el que el diario La Vanguardia de Cataluña, España, abre su edición del pasado domingo, día cuando se celebraban las elecciones para los gobiernos locales en una buena parte del territorio español.

En la fotografía, los siete aspirantes a alcaldes, representantes de todo el crisol ideológico que va desde la más extrema derecha hasta la izquierda radical, halan juntos y sonrientes una cuerda para correr el telón que descubre un letrero que dice “Barcelona”, la ciudad y el ayuntamiento al que aspiran gobernar.

La imagen es simpática, alegre y alegórica. Los siete candidatos, cuatro hombres y tres mujeres, vestidos de manera absolutamente informal, dan inicio entre todos a una nueva etapa de la ciudad, un nuevo acto para decirlo en términos teatrales del cual uno de ellos, que para ese momento aún no se sabía quién era, sería el director.

Para los españoles, y seguramente para la mayoría de los habitantes de países con democracias estables, la imagen tal vez sea un asunto anodino. Cotidiano. Común. Pero para alguien que viene de Venezuela, un país donde desde hace más de quince años solo en excepcionales ocasiones se han visto sentados en la misma sala, generalmente por presión internacional, a miembros del gobierno y de la oposición, la escena resulta conmovedora. Extraña. Fenomenal.

Si es imposible sentar a un candidato oficialista con un candidato opositor en un set de televisión, en una sala de teatro o en un aula universitaria a debatir sobre sus proyectos de gobierno, imagínese el lector lo que costaría reunirlos a pasar el largo rato de intercambio personal que significa poner en escena una fotografía de la calidad de encuadre, iluminación y diseño escenográfico que ha puesto en escena La Vanguardia.

Claro, lo que ocurrió en las elecciones del pasado domingo no es tan alentador como la fotografía. El sistema bipartidista hizo aguas. Los dos grandes partidos, el PP y el PSOE, ya no lo son. El país ha visto aparecer nuevas opciones, entre las que destacan movimientos emergentes como Podemos y Ciudadanos. Y el número de candidatos y de alianzas que serán necesarias para hacer nuevos gobiernos hablan de una metástasis y una pérdida de la confianza en el sistema político tradicional que llena de incertidumbre a la nación.

Para utilizar el lugar común garciamarqueano, se trata de la crónica de una muerte anunciada. Ni el PSOE ni el PP supieron leer las señales que la realidad les estaba dando de manera contundente. El movimiento de “los indignados” lo convirtieron en un asunto de poshipismo pendejo. El desmadre de la corrupción, en tema menor. No fueron capaces de hacer los cambios necesarios para restablecer la confianza de la población. Viajaban por el canal rápido de la autopista, sedados y felices en sus Audi, con los vidrios cerrados, la música a todo meter, el aire acondicionado separándoles de la realidad y no tuvieron tiempo para ver los pequeños Volkswagen escarabajo, modelo 60, que lentamente por el hombrillo se les iban adelantando, con los vidrios abiertos, olfateando realidad.

Ahora el acto está consumado. Una nueva etapa se avecina. Los venezolanos mayores de 40 años que vive en España dicen que el asunto les resulta familiar. Que lo ocurrido el domingo pasado es el equivalente al “chiripero” que llevó al anciano Caldera a la segunda presidencia de la república. Asustado, les pregunto si piensan que también ocurrirá en España lo que vino después del “chiripero”, el arribo del teniente coronel.

Algunos piensan que no. Que Iglesias y su grupo no son militares. Son civiles. Otros, en cambio, creen que sí. Que no habrá retorno. Una buena amiga, inteligente, nacionalizada y votante, toma la última aceituna de su plato y dice: “La gente necesita esperanza y aquí hay mucha dispuesta a que le cuenten cualquier cuento. Necesitan creérselo”.

Ojalá y se equivoque. Que lo de Venezuela no se replique y por mucho tiempo más se publiquen en España fotos de todos los candidatos reunidos y sonrientes días antes de las elecciones.

EL NACIONAL

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