Una vieja prédica dice que cuando los periodistas se convierten en materia de titulares, algo anda mal en la sociedad. En el caso de Venezuela, la prédica en cuestión se queda corta: las condiciones en las que los periodistas ejercen su profesión son cada vez más inciertas y peligrosas. Cada vez más precarias, desde cualquier perspectiva. La persecución desatada desde el poder –que tuvo su episodio inaugural cuando Hugo Chávez, en junio de 1999, lanzó la primera de sus andanadas en contra de varios diarios, tanto venezolanos como extranjeros– no tiene antecedentes en la historia venezolana.
Basta leer el detallado material publicado ayer en las páginas de Siete Días, titulado “Periodismo bajo asedio”, para calibrar en su real magnitud la gravosa realidad en la que los periodistas ejercen su oficio. La detallada exposición organizada por Diana Sanjinés, es elocuente: ataques físicos y robo de equipos; acoso judicial y demandas desde diversas instancias del poder; reducción drástica de la paginación de los diarios, así como el cierre de varios de ellos; campaña que consiste en forzar el cambio de propiedad de aquellos medios de comunicación que no se acojan mansamente a los deseos editoriales del gobierno. Como advierte IPYS, durante los primeros cinco meses de este 2016, las violaciones a la libertad de expresión suman ya 167 episodios, cifra que constituye un incremento con respecto a 2015, con 5 violaciones más. Las señales son inequívocas: el régimen totalitario de Chávez y Maduro radicaliza su decisión de doblegar a los medios de comunicación independientes. En cuanto a la radio y la televisión, el gobierno cuenta con el instrumento de extorsión más efectivo con el que pudiera contar, Conatel, el ente regulador que parece más bien un instrumento policial.
De forma simultánea a este descarado activismo de amedrentamiento psicológico, físico y económico, que no tiene contrapeso alguno, y que por el contrario, goza del silencio complaciente de cuerpos policiales, militares y de los poderes públicos, se ha emprendido un programa, ejecutado con recursos financieros ilimitados, de hegemonía comunicacional que, de acuerdo con la cifra adelantada por Tinedo Guía (presidente del Colegio Nacional de Periodistas), suma más de 600 medios de comunicación en todo el país, televisoras, emisoras de radio, diarios y portales web, controlados por el gobierno. Se trata de una peligrosa estrategia de cerco creciente, cuyo objetivo final es atrapar en puño cerrado 100% de los contenidos informativos que circulan en el país. Una aspiración totalitaria. Una maquinaria dedicada, ni más ni menos, a liquidar el periodismo.
Pero en todo esto hay una gran paradoja: han fracasado. Hay medios a los que no han podido doblegar. El Nacional y algunos otros pocos medios de comunicación no han cambiado de propietarios ni de línea editorial. A pesar del acoso económico, han logrado resistir, al tiempo que han ido apareciendo algunos portales informativos, iniciativas de periodistas que habían sido despedidos o tuvieron que dejar los medios en los que se desempeñaban. En medio de las crecientes dificultades, hay un periodismo que resiste y que se potencia con el apoyo de las redes sociales.
Más que de fracaso, lo que corresponde es hablar de ruidoso fracaso. El régimen que se jacta de controlar los lineamientos editoriales de 85% de los medios de comunicación de Venezuela, tiene en este momento ese mismo porcentaje de rechazo: una inmensa mayoría del país que los repele, que clama por un cambio, que afirma, sin titubeo alguno “Queremos que Maduro se vaya de inmediato”.
Dos enunciados se desprenden de lo anterior: el primero, la tan ansiada hegemonía se derrumbó y, para peor, de tan costosa se hace insostenible; lo segundo, en el caso de algunos medios, como El Nacional, el crecimiento de su lectoría y su presencia en la opinión pública es indiscutible. Agradezco la valentía de sus periodistas y los felicito en su día, honrado de que formen parte de la gran familia de El Nacional. Digan lo que digan los mentirosos del régimen, así como sus sorpresivos aliados, lo cierto es esto: seremos testigos de su caída. Y El Nacional ni habrá cambiado de propietarios, ni habrá modificado su postura editorial ni habrá dejado de cumplir con su responsabilidad.
A medida que se aproxima el fin del régimen, ciertos asuntos adquieren necesaria relevancia. Me detendré unas líneas en uno de ellos: el escandaloso silencio de ciertos periodistas que alguna vez fueron emblemáticos defensores de la libertad de informar, ahora convertidos en patéticos comentaristas de domingo, que no escaparán a la evaluación de la historia. Se les recordará en las reseñas que documentarán este tiempo nefasto. En algunas, se dirá de estos dos ancianos que fueron cómplices del régimen. En otras, la verdad se enunciara de forma más clara: no fueron más que traidores del oficio del periodismo.