Pensaba que el único beneficio que aportaría al país la asunción de la presidencia de facto por el general, Padrino López, era que el vicepresidente, Maduro, cerraría el pico y así nos libraríamos de la peor garrulería que ha inundado a Venezuela en toda su historia.

Porque, habladores de paja con el nombre de “presidentes”, por supuesto que hemos tenido por decenas en los 205 de vida republicana, pero me atrevo a asegurar, que ninguno con tal abundancia, vacuidad y fatuidad que Nicolás Maduro.

Y es que, no estando dotado para nada, el “hombre que habla con los pájaros” se encontró de repente frente a un micrófono, el que le correspondía como presidente de la República y, desde entonces, no ha cesado de hablar. Agravada ahora tal foniatría, con el empeño por demostrar que le queda algo de poder, y que, si habla mucho, habrá alguien que se lo crea, cuando, en realidad, no se puede tomar sino como el portavoz de Padrino.

El general a quien entregó un poder que casi no tenía, que había perdido entre la más grande anarquía que ha conocido el país, y que le fue arrebatado, como se le quita la pelota a un pitcher que no cesado de recibir palos desde que empezó el juego.

Absolutamente errático, sin carisma, ni entusiasmo que trasmitir a sus seguidores y condenado a no hacer otra cosa que conducir el país a la ruina.

Ha llegado demasiado lejos en su objetivo, no hay dudas y por eso ha sido separado del mando, quizá con exceso de piedad por sus sucesores quienes, para no romper el hilo constitucional, lo han dejado ahí, hablando solo, y para que crea que aun es presidente. No lo fue nunca y menos ahora, cuando más del 80 por ciento de los venezolanos clama por su salida de Miraflores y porque un gobierno distinto, surgido de la voluntad popular, nos haga olvidar que un extraño, que nunca demostró que era venezolano, usurpó el gentilicio y la majestad presidencial.

FACTOR MM

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