Las fiestas del orgullo gay, que suelen celebrarse en Europa, han venido a coincidir en Madrid este año con el deceso de un personaje muy connotado tanto por su actividad política, cuanto por su lucha a favor del matrimonio igualitario en España: el abogado Pedro Zerolo, nacido, por cierto, en Venezuela.
Tradicionalmente, los valores latinoamericanos han ocasionado que la homosexualidad masculina sea mal vista (la femenina ni siquiera se plantea que exista). Adaptados a un concepto de hombre que, dicen, adquirimos, conquistadores mediante, de la cultura oriental que dejó su impronta en la mentalidad española tras varios siglos de dominación musulmana, nos resulta inconcebible un macho que no sea dominante, que sintonice con sus emociones o que esté orientado afectivamente hacia individuos de su mismo sexo.
Lamentablemente todavía hay quienes consideran a los homosexuales como “desviados” o “enfermos”. Quienes así opinan, lo hacen seguramente a partir de aspectos estrictamente reproductivos: la perpetuación de la especie requiere del acoplamiento de un varón y una hembra para engendrar un nuevo individuo. Pero, independientemente de la génesis de este tipo de comportamiento (está claro que la sexualidad involucra factores físicos, psicológicos y culturales), lo que hay que plantearse es el impacto que esta situación puede tener en un colectivo.
Resulta imprescindible señalar que la orientación sexual de una persona no interfiere con su capacidad intelectual o profesional, ni con su calidad humana. Habitualmente, cuando me relaciono laboralmente con alguien, me preocupa poco si está casado en primeras, segundas o terceras nupcias. Me tiene sin cuidado si su vida afectiva involucra o no relaciones extraconyugales; si su unión con la persona con la que convive está oficializada mediante un documento o no. ¿Por qué habría de interesarme el sexo de la persona con la que comparte su vida? Lo relevante es su capacidad para resolver cuestiones relacionadas con las tareas que desempeña.
En cuanto a los aspectos humanos, la experiencia me dice que, a menudo, existen entre los homosexuales personas quizás más vulnerables emocionalmente, con un importante bagaje de dolor acumulado, producto de un historial jalonado de temores, dudas, censuras… Este cúmulo de experiencias coadyuva, precisamente, a que sean empáticos y solidarios con quienes les rodean. Han vivido el sufrimiento en su propia piel y ello facilita que puedan ponerse en los zapatos de otros que por diversas razones puedan estar pasándolo mal.
Dicho está que la familia es la célula fundamental de la sociedad. Pero el concepto de familia se diversifica y amplía considerablemente en función de las relaciones que van estableciendo los miembros de la pareja. Matrimonios que se disuelven, o que no llegaron a ser, dan origen a familias monoparentales, así como hay niños que tienen, a más del hogar en que viven, otros hogares constituidos por uno de sus progenitores y sus nuevas parejas . Reviste ciertos visos de hipocresía que en un medio en que hasta los presidentes han hecho pública ostentación de sus amantes; en que existe una tendencia fundamentalmente matriarcal, asociada a un modelo en el que se suceden diferentes maridos, cada uno de los cuales va engendrando un hijo y después se marcha; en la que es común que en paralelo con la familia “oficial” coexista un “segundo frente” consolidado, que puede involucrar hasta otros vástagos, se pretenda marginar a personas que moral e intelectualmente son valiosas y enriquecen el contexto en que están inmersas en razón de su orientación sexual.
Al respecto, la posición del Papa Francisco es bien clara, y parece quedar reflejada en carta que le dirigiera a Justo Carbajales, de la Conferencia Episcopal Argentina, en momentos en que se debatiera el tema del matrimonio gay en ese país. En dicha carta el Papa, si bien defiende el concepto de matrimonio entendido exclusivamente como la unión de un hombre y una mujer y propugna el derecho de los niños a tener un padre y una madre (“No podemos enseñar a las futuras generaciones que es igual prepararse para desplegar un proyecto de familia asumiendo el compromiso de una relación estable entre varón y mujer que convivir con una persona del mismo sexo”), también reclama respeto a la diversidad (“Distinguir no es discriminar sino respetar; diferenciar para discernir es valorar con propiedad, no discriminar (…)Te encargo que (…) no haya muestras de agresividad ni de violencia hacia ningún hermano. Los cristianos actuamos como servidores de una verdad y no como sus dueños”).
Desde luego, los caminos trillados son los más sencillos de andar, pero ello no significa que otros caminos no sean igualmente válidos y, en algunos casos, hasta más meritorios, fundamentalmente por la valentía que requiere ser coherente y mantener alineados la cabeza y el corazón, desafiando la presión social. Vivir y dejar vivir. Y cada quien que haga de su capa un sayo.
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