Era la noche del 3 de Febrero de 1992. La silenciosa noche de Storrs, Connecticut es
interrumpida por una llamada telefónica de un colega desde Caracas. ¿Qué pasó, quién se
murió?, le pregunto.
“Nada José Vicente, solo te quería informar que hay un golpe de estado en desarrollo
aquí en Venezuela. Pero no te preocupes, ese intento fracasará…”. No me dio tiempo a
preguntar el por qué de su afirmación. Acto seguido, hice varias llamadas a Caracas para
alertar a mis familiares. Ninguno se había enterado. Mi necesidad de estar informado me
llevó a encender la televisión. CNN no me falló, estaba transmitiendo en vivo. Lo que vi
me causó estupor.
Una tanqueta de guerra intentaba subir unas escalinatas para derribar la puerta del Palacio
Blanco. Me pareció una escena bizarra. Propia de una película cómica. ¿Por qué la
tanqueta no derribó la puerta con su armamento?¿Por qué le costaba tanto subir las
escaleras? Respuesta hipotética, el carro de guerra no estaba artillado y además el motor
del mismo no estaba entonado. La escena me pareció, además de tétrica, ridícula.
Comencé a entender el dictamen adelantado de mi colega. El movimiento fracasará. Esta
acción militar me hizo preocupar sobre qué diría el ejército colombiano del apresto
operacional de nuestras fuerzas de élite. El asalto al palacio presidencial fue un rotundo
fracaso. El comandante de la operación permanecía escondido en el cuartel donde hoy sus
despojos mortales descansan eternamente. Mientras, sus fuerzas eran abatidas y reducidas
en el verdadero campo de batalla.
Años más tarde, Rafael Caldera indulta a estos facinerosos. Les devolvía el favor que le
hicieron de permitirle un escenario desde el cual catapultarse a la presidencia de la
república por segunda vez. Y salió el cobardón comandante de la ridícula operación
militar del 4 de Febrero de 1992 a hacer campaña para llegar al poder por la vía política.
Desde el primer momento estuve en contra de esa posibilidad. Cual profeta del desastre
me dediqué a explicarle a todo el que me quisiera escuchar los peligros que se cernían
sobre Venezuela si estos desalmados asesinos que en dos ocasiones intentaron tomar el
poder por la vía del golpe de estado se hacían del poder.
Uno de mis argumentos centrales era precisamente ese. No se puede esperar que quienes
montaron operaciones militares tan ridículamente ejecutadas tuviesen la capacidad de
manejar un asunto tan complejo como es la dirección de un país. Evidentemente, no tuve
éxito en mi pregón. Los partidos políticos del estatus no supieron leer lo que estaba
pasando en el país.
Muchos medios de comunicación social y muchos líderes de opinión se montaron en el
carro de cambio que ofrecía Chávez. Inocentemente pensaron que un mediocre militar,
que había adelantado con las operaciones del 4F y 27N lo que era capaz de hacer y hasta
donde llegaban sus límites éticos, estaba en capacidad de resolver todo esos problemas
que afectaban gravemente la calidad de vida de los venezolanos.
Pasaron por alto que ya Castro había conquistado con halagos y lisonjas una mente poco
preparada para el manejo democrático del poder. Había conquistado el dictador de La
Habana un espíritu inmaduro y lo había puesto al servicio de su proceso revolucionario.
En perspectiva, viendo la miseria que sufren los venezolanos hoy en día se puede explicar
todo. No había en aquellos comandantes troperos un sentido de Estado. No había en ellos
el conocimiento necesario para manejar las demandas de una población frustrada por la
administración inadecuada que de los recursos del país se había hecho en el pasado.
El legado de Chávez fue empeorar lo que los venezolanos pensaron que no podía ser
peor. El país fue groseramente desvalijado por ladrones de todo cuño. De las inmensas
riquezas que entraron a las arcas nacionales por concepto de venta de petróleo y
prestamos solo queda la descomunal y pesada deuda que los venezolanos tenemos que
afrontar. No hay una obra de este siglo que pueda, ni remotamente, justificar el
despilfarro de unos ingresos que en su conjunto es superior a la suma de los presupuestos
del que dispuso la nación anualmente desde 1830 hasta 1998.
El legado de Chávez es niños que mueren convulsionando por falta del medicamento que
requieren para aliviar su mal. Es la muerte de pacientes que sufren de cáncer porque no
cuentan con lo que implica aquel famoso eslogan: “el cáncer es curable si se diagnostica
a tiempo”. La gente sufre, además de sus enfermedades, la vejación de que las medicinas
y tratamientos disponibles no estén a disposición, al tiempo que los corruptos
venezolanos celebran fastuosas fiestas en castillos medievales europeos de su propiedad
en los cuales viven como príncipes de la realeza.
Chávez nos dejó un país tomado por las mafias de la droga y las bandas criminales.
Padrino explica lo que pasó en Tumeremo como si no fuese responsabilidad de la fuerzas
bajo su mando la custodia del territorio nacional. Si algo no se puede decir de Venezuela
en estos momentos es que sea un país soberano. Los venezolanos no disfrutan de la
seguridad que debe garantizar un estado que posea el monopolio de la violencia. Al
contrario, la guerra que el gobierno no quiere ni mencionar es la del hampa desbordada
que en su crecimiento ataca directamente a policías y miembros de las fuerzas armadas.
Ese es precisamente otro legado de Chávez. Una fuerza criminal mucho mejor armada,
organizada y pagada que los cuerpos policiales y las fuerzas armadas con las cuales se
enfrentan en situación ventajosa.
Nos deja Chávez unos mediocres seguidores y ejecutores de sus nefastas políticas.
Individuos cuya mecánica bucal da fe de su pobre o inexistente formación académica y su
bajo nivel intelectual.
No se podía esperar otra cosa de quien comandó la ridícula y fracasada operación militar
del 4F. Si en lo que era supuestamente un experto fracasó, no se podía esperar otra cosa
en asuntos que totalmente desconocía. El ridículo del 4F nos trajo a la ridícula y trágica
situación de miseria que sufrimos los venezolanos el día de hoy.
@botellazo