Sea por su maridaje con el populismo, por ganarse a las masas irredentas poco afines al marxismo o por la simpatía post “Mayo francés” hacia el fracaso como superioridad moral, la izquierda “anti-todo” -anidada en universidades y en nuestro gobierno- arremete contra la dignidad. Me refiero a la conciencia de uno mismo como persona, trabajador y ciudadano(a) que calibra lo que significa el recibir sin merecer, la ausencia de autonomía frente al estado y la importancia de la propia labor y valores más allá de la sobrevivencia inmediata.
Los descendientes del proletariado marxista en Venezuela están convertidos en burócratas con sueldos de hambre, becarios del gobierno, políticos de magia y religión, filas de consumidores de comida subsidiada o profesores universitarios que se identifican con las imágenes de caricaturistas bienintencionados que los dibujan pidiendo limosna.
En lugar de buscar la construcción del conocimiento, la izquierda “antitodo” se empeña en convertir las llamadas ciencias sociales y humanidades en una incubadora de lugares comunes necesarios para ganarse una cátedra en universidades gringas y europeas: palabras como “capitalismo” “neoliberalismo”, “racismo”, “imperialismo” “colonialismo”, “patriarcado”, “heteronormatividad” pierden su contenido descriptivo y libertario de saber de la indignación para convertirse en saber de la indignidad, en una letanía para monjes y monjas postmodernos.
Así, producir es sospechoso de neoliberalismo y reivindicar los derechos humanos como ganancias históricas del siglo XX es ingenuidad liberal. Hablar de deber es (pequeño) burgués porque todos tenemos derecho a todo aunque no hagamos nada: páseme el examen profesor -le dijo una chica chavista a un colega de la universidadporque tengo una hija pequeña y estoy en estado. La izquierda “antitodo” por lo visto olvidó la planificación familiar.
Qué fuerte se oye el grito antinorteamericano ante el ominoso silencio frente a China y Rusia. Y el colmo de la ironía: una feminista africana como Ayaan Hirsi Ali es rechazada por anti-islámica por los descendientes primermundistas de Marx en la Universidad Brandeis en Estados Unidos.
La indignidad es el opio de los pueblos, diría Marx. La mendicidad y el derecho sin deber como estrategia de captación es populismo ramplón. Justificar atrocidades en nombre de la cultura e impugnar los fueros del individuo es una práctica inquisitorial: no en balde, lo que nos hace la revolución bolivariana es por cuenta del pueblo, abstracción legitimadora del absurdo.