Se enseña a la gente desde pequeña a no decir mentiras. No es fácil esa enseñanza. Hay que saber hacerlo y convencer a los hijos de que es mejor decir la verdad que andar contando mentiras. Cuando García Márquez inventó lo de lo “real maravilloso”, se refería a las fantasías, entre otros aspectos, que pueden pasar a ser mentiras, muchas veces sin darse cuenta. Un buen escritor, cuando “inventa o crea” historias fantasiosas, tiene todo el derecho del mundo a hacerlo.
Quizás por eso el nobel dice: “Las cosas son como uno las recuerda”. Una excelente manera de disculpar a su imaginación creativa cuando inicia una historia y pasa a ser literatura. Dejó de ser historia.
En los Estados Unidos de Norteamérica, hay un culto a la verdad. Me parece fundamental y creo que esa actitud ha logrado en buena medida la grandeza de ese país. En efecto, al mentiroso se lo considera, además de desleal, falto de seriedad, proclive a lo banal y lo peor, sin posibilidad de confiar en él-ella.
Están en todos los géneros los mentirosos-as, y entre nosotros, los venezolanos, no me atrevo a hablar por gente de otros países, casi puede decirse que ocurre lo contrario, hay un culto a la mentira.
No resulta fácil entender esto, en un país mayoritariamente católico y muy creyente en las enseñanzas de Cristo. Con una cantidad importante que sigue los 10 mandamientos de la ley de Dios, donde destaca aquello de “no levantar falsos testimonios, ni mentir”. No me extraña en gente del gobierno que se sabe son ateos, no les importa para nada decir una cosa, contradecirse, hablar “pa’lante y pa’trás” (“A confesión de parte, relevo de pruebas”, dicen los abogados) lo dicen y proclaman, sin embargo, cuando se sienten en apuros, empiezan a recurrir a todo lo que tienen a la mano para convencer a los todavía seguidores de su buena fe, de sus creencias y, especialmente, su devoción por Dios y la Virgen. Sin embargo, de arrepentimiento nada.
De propósito de enmienda menos. De allí que no tengamos ninguna duda en torno a los llamados de “elecciones regionales y Constituyente”. ¡Por favor! ¡Dejen en libertad a Leopoldo López! Saquen a los muchachos de “la tumba”, liberen a quienes tienen boleta de excarcelación y no los dejan en paz, empezando por Yon Goicochea y otros más. Paguen el sueldo de los diputados de la Asamblea Nacional, acepten las decisiones de una Asamblea Nacional votada por más de 10 millones de votos. Declaren la emergencia humanitaria. Olvídense del “G2” cubano. Se les creerá en la medida en que esto sea verdad. De lo contrario, ni lo sueñen.
@EditorialGloria