Nicolás Maduro es ignorante, autoritario y todo lo que quieran, pero es un político y hace política. Miremos la situación actual. ¿Qué quiere Maduro? Quedarse en el ejercicio del poder hasta que el universo se enfríe, pero ni lo dice ni intenta que eso ocurra en una sola jugada. Pacientemente, bloque a bloque, va construyendo su pared. Sabe que tiene limitaciones para ello, pero busca crear con sus decisiones el escenario para que eso sea posible. Reconoce que enfrente tiene a un adversario, fortalecido ahora con un gran apoyo internacional, al que no puede subestimar, y se mueve según le conviene. Retrocedió con las sentencias golpistas del TSJ, pero preservando alguna ventaja, conservando parte de los logros. De eso se trata la política, si no lo creen, pregúntenle a Maquiavelo (Alfaro Ucero, quien podía darles mejores luces de la política criolla, ya murió y a diferencia de su colega toscano no dejó nada escrito).
En esta última semana, como secuela de su error de cálculo con el TSJ, ante el empuje de las acciones de calle, los reveses en la OEA, tratando de detener el desmoronamiento del “legado”, comenzó a hablar de elecciones. Habló primero de elecciones, sin especificar, en 2018. El domingo pasado, en su programa, dijo que quería elecciones, pero municipales y estadales. Zamarro, siempre escondiendo la bola, no dijo para cuándo sino que se limitó a decir que las quería “para que dejen el guarimbeo”.
Los dirigentes de la oposición no se han sentado aún a deliberar en torno a lo ocurrido la semana anterior (¡y miren que han ocurrido cosas!) y a tratar de descifrar las sibilinas palabras de Maduro, pero los negadores de la política que militan en la oposición (esos que son más inteligentes, demócratas, patriotas y cojonudos que el resto de los venezolanos), gracias a la instantaneidad de las redes sociales, y en 140 caracteres, han ya emitido su opinión y formado una especie de barrera contra la racionalidad más conveniente. Barrera que, como suelen hacer, refuerzan con una pretendida dignidad, que ellos sí tienen y que, como acostumbran a sugerir, los dirigentes políticos opositores no (para mayor ilustración métanse en los TL de Aristeguieta Gramko, de Nitu, los “mariacorinos” y otros especímenes).
Como verán cuando enciendan su celular o computadora, ya existe esa barricada twittera en contra de las elecciones regionales nebulosamente asomadas por Maduro. Hay que seguir en la calle, afirman a gritos (como si hacer campaña electoral no fuese “estar en la calle”). Nosotros no queremos elecciones chucutas, dicen. No podemos ir a elecciones de gobernadores con este CNE, TSJ ni Maduro, ni Diosdado, ni con presos políticos. Queremos elecciones, pero que sean generales y ya, y vigiladas por la OEA y la UE, queremos… (que se vayan o que se suiciden, es lo que supongo que quieren). Olvidan aquello de que la política es el arte de lo posible. Aprovechando que es semana santa, algunos van más allá y proceden a la autoflagelación: de nada sirvió ganar las elecciones de la Alcaldía Mayor. ¿Para que sirvió ganar la Asamblea Nacional?, se preguntan. Por elemental proyección, concluye uno, de nada serviría ganar todas las gobernaciones y casi todas las alcaldías.
Señores, un paso a la vez. Nuestra mayor fortaleza es que somos mayoría y nos percibimos como tal. Si hay elecciones regionales, incluso con las condiciones restringidas acostumbradas, no hay ni que pensarlo. Los demás reclamos, fundamentales como son, no pierden por ello vigencia alguna, por el contrario, con el poder de las gobernaciones y de un gran triunfo electoral estamos en mejor posición para reclamarlas. ¿O se olvidan que lo que tenemos enfrente es una dictadura? Cansan esas expresiones infantiles y primitivas de la política, en particular si provienen de personas académicamente entrenadas.

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