La muerte no es suficiente motivo para perdonar, olvidar u obviar quién fue Fidel Castro y la impronta de dolor, muerte y exilio que deja su largo paso por el poder en Cuba y en el mundo. Graduado de abogado, Fidel hace oposición a Fulgencio Baptista, quien había derrocado al presidente Carlos Prío Socarrás. Cuba para entonces era, gracias a su política de puertas abiertas a la inversión extranjera, una potencia en América. Fue el tercer país, en 1837, después de Gran Bretaña y USA, en tener ferrocarril; La Habana disponía de luz eléctrica en 1877; el primer tranvía de Latinoamérica se inauguró en la capital cubana en 1900; en 1906 comenzó la telefonía punto a punto, sin operador; fue en 1922 el segundo país del mundo en instalar una estación de radio; para 1958 era el país que tenía más estaciones de radio por habitante; en 1950 fue el segundo país en transmitir por televisión y también el segundo en hacerlo a color; para 1959 La Habana era la ciudad del mundo con mayor cantidad de cines: 358.
La isla era la capital de los inversionistas, su Escuela de Medicina tenía fama mundial, era el país con más médicos por número de habitantes, uno por cada mil. También fue la capital del espectáculo: cine, teatro, televisión, casinos, trabajaban los mejores artistas del mundo. La prosperidad se desbordaba, pero también había un sector muy pobre de la población, siempre esperando por ese mesías que los incorporara a tanta riqueza. Un régimen militar corrupto, que hacía negocios con las transnacionales, la aparición de bandas gangsteriles a propósito del juego, la prostitución y las drogas, hicieron que Cuba fuera apodada “el burdel de América”.
Fidel Castro Ruz aparece a la luz pública cuando intenta con un grupo tomar el Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953. Lo condenan a 15 años de prisión. Con los alegatos de su defensa, escribe un opúsculo que se convertiría en la justificación de sus acciones posteriores: “La historia me absolverá”.
Tras 22 meses en prisión, la presión popular logró que fueran indultados. Fidel salió al exilio, primero a USA y luego a México, donde conoce al Che Guevara, quien sería su compañero de la aventura guerrillera que comienza en 1956, cuando regresa a Cuba y se refugia en la Sierra Maestra, desde donde reclutan y entrenan a los “barbudos”, que terminan derrocando a Batista el 1 de enero de 1959. El Gobierno provisional nombra a Castro Primer Ministro. Inmediatamente olvida el Manifiesto de la Sierra Maestra en el que prometía celebrar elecciones generales en un año y entregar el poder a quien resultara electo. Ese fue el inicio de la cadena de violaciones a los derechos civiles y humanos de los cubanos que el tirano prolongó durante los siguientes 57 años.
Difícil resumir décadas de infamia en estas pocas líneas, pero baste con decir que todas las empresas transnacionales y cubanas fueron expropiadas, incluyendo las refinerías de petróleo, 36 centrales azucareros, las compañías de teléfonos y electricidad, tierras y propiedades privadas, todo pasó a manos de la revolución. Ante el grave daño a sus inversiones, Estados Unidos declaró un bloqueo, entonces Castro se declaró marxista-leninista, se alió con la Unión Soviética y convirtió a Cuba en el único país comunista de América. Las purgas comenzaron, miles de fusilados y encarcelados por “tribunales revolucionarios”, 15 millones de cubanos exiliados, niños separados de su familia en la llamada “Operación Peter Pan”. Todos convertidos en apátridas por oponerse a un régimen que les robaba el derecho a ser libres, de salir o entrar a su país, de trabajar o estudiar lo que deseen, de expresar su opinión, poseer una casa o un negocio. Los “Comités de Defensa de la Revolución” se encargan de espiar y denunciar la disidencia. Los niños se convirtieron en “pioneritos”, pequeños soldados adoradores de Fidel. Así garantizó la sumisión de 3 generaciones aisladas del mundo, que hoy, con un evidente síndrome de Estocolmo, lloran a quien les arrebató la libertad.
“Cubita la bella” comienza un progresivo proceso de deterioro al extinguir la inversión y por ende, la producción. El primer exportador de azúcar del mundo bajó su nivel, faltaban brazos y ánimo. La reputada medicina cubana, que produjo la vacuna contra la fiebre amarilla, se convirtió en una paramedicina comunitaria, con equipos y enseñanzas obsoletas, mientras que la buena medicina y un turismo de lujo se convertían en el salvavidas de la ahorcada isla, después de la disolución de la URSS.
Fidel cumplió la promesa de igualdad a los cubanos: todos son pobres, sin libertad, ni prosperidad. Estudian medicina para irse del país y después fugarse, al igual que atletas, bailarines y artistas, que escapan del régimen cuando hacen giras internacionales. Son miles y miles los testimonios de quienes prefirieron lanzarse en balsas a aguas infestadas de tiburones, de aquellos que abandonaron su patria como parias, solo con lo que tenían puesto, sin pasaporte ni dinero, con tal de no seguir viviendo en la opresión.
Hugo Chávez, un líder apocalíptico que al igual que Fidel no pagó delitos y fue indultado, estaba enamorado de la revolución castrista. Le sacó la nariz del agua a Fidel cuando zozobraba en el “período especial”. Inventó el Alba, Petrocaribe, nombró a Fidel su padre, le regaló casas, avenidas, refinerías, petróleo. Le dio el negocio de la triangulación de las adquisiciones. Hasta se fue a morir al lado de Fidel. Ningún sitio mejor que junto a su espejo.
El heredero, formado en Cuba, infiltrado hasta los huesos por el tirano en instancias civiles y militares, no pierde oportunidad de demostrar su fidelidad. Mientras los venezolanos sufren, él sigue enviando ayuda a la isla. Se estima en 23,5 millardos la factura petrolera cubana.
Similares en vida y muerte, la justicia divina hará con estos depredadores de la libertad, lo que no hizo con ellos la justicia humana. Y que cada lágrima, cada dolor de cada venezolano, de cada cubano, se convierta en una llama más de la paila que los albergará por toda la eternidad.
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