Desde que estallaran, a principios de abril, las protestas callejeras contra el régimen de Nicolás Maduro en varios estados y ciudades de Venezuela, las redes sociales y sobretodo el whatsapp, se convirtieron en importantes transmisores de lo que sucedía. La falta de libertad de prensa en Venezuela lleva años transformando a las redes en los únicos medios de comunicación que se atreven a difundir lo que los canales oficialistas ignorar y prohíben. Esa importancia tiene sus bemoles. Muchas veces surgen noticias falsas que confunden a los seguidores. Paso este miércoles cuando empezó a difundirse que el preso político más notorio del régimen chavista, Leopoldo Lopez, habría sido ingresado sin “signos vitales” en un hospital militar.

La noticia olía mal. No a muerte sino a mentira y probablemente a toda la maldad propia de la tortura sicológica, la manipulación, la intriga dirigida a alarmar y diezmar a los opositores. Las redes sociales son lo suficientemente porosas para que se infiltren en ellas criminales sin rostro expertos en desmoralizar. “Matar” al líder más carismático, por su condición de preso político y su entrega y lucha por recuperar un país, generaría una riada de mensajes, tweets llenos de alarma y zozobra. En esa histeria, nadie se paró a pensar en la madre, la esposa o los hijos de Leopoldo. Nadie se paró a pensar en el propio Leopoldo.

Conocí a Leopoldo López hace más de veintidós años en Madrid. Acababa de terminar sus estudios universitarios en Harvard y sus ojos brillaban en cada palabra que usaba. Me preguntó qué sentía por Venezuela. Yo acababa de instalarme en Madrid y tenía esa rabia típica del inmigrante. “Nada. No me interesa. Está condenada al caos”, le respondí. Él no dejó de mirarme, y con una madurez insólita habló con la voz calmada. “Yo sí quiero hacer algo por Venezuela. A mí sí me interesa. Y me gustaría evitarle ese caos”. Nunca he olvidado ese momento. Nos hemos vuelto a ver muy pocas veces pero siempre que oigo o leo o sufro algo por su presencia, lo recuerdo. Ante mí no estaba hablando una persona común. Estaba hablando un héroe.

No sé cuántas desgracias, injusticias y torturas aguardan aún a Leopoldo. Lleva más de tres años encarcelado, sus familiares se comunican con él a través de gritos a cientos de metros de distancia de las rejas de su celda. Injustamente le han condenado a más de trece años tras esas rejas, acusándole de incitar las muertes de varios ciudadanos en las marchas del 2014. Yo estuve en esa marcha y le vi llegar al Ministerio de Justicia con un panfleto en la mano con los nombres de los estudiantes muertos a causa de la represión del gobierno. Leopoldo esperó que lo recibieran y nadie de ese ministerio lo hizo. La manifestación se disolvió de forma civilizada hasta que unas horas más tarde estalló la violencia, confusa pero controlada por ese gobierno que ahora pudiera infiltrar las redes anunciando su “muerte”. Leopoldo no incitó a otra cosa que no fuera ese hacer algo para que su país evite el caos.

Lilian Tintori, su esposa, y su madre, Antonieta López, me parecen venezolanas insignes. Ninguna de las dos estaba preparada para enfrentar lo que están viviendo y son en estos días las referencias de valentía y lucha por restablecer derechos que se han perdido en Venezuela. Las admiro profundamente. Las respeto, me han enseñado a entender lo que Leopoldo dijo esa vez en Madrid. Tu país no es un tan solo tú, es una lucha, es una conquista, es un orden. Una batalla contra el caos, el horror, la injusticia. Por todo eso, saber que Leopoldo saldrá libre y cumplirá su deseo es lo único que me mantiene cuerdo, incluso sereno esperando ese gran día. Sé que va a suceder. Y sé que lo vamos a ver.

@BorisIzaguirre

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