Se pretende convertir la austeridad en una mala palabra. Los socialistas del mundo entero demonizan y condenan el término. Lo asocian al dominio de la sociedad por los mercados, a la explotación de los ciudadanos por los bancos. Los griegos protestan con acrimonia en contra de la austeridad que pretenden imponerle sus acreedores. Economistas laureados, como Paul Krugman, señalan que la política keynesiana es lo único que repara el daño causado por la austeridad y no cesan de despotricar, cada vez que pueden, en contra de ella: “Cualquier estudiante universitario que hubiese leído el libro de texto Economía, de Paul Samuelson les podría haber dicho que la austeridad era una idea muy mala. Pero los que elaboran las políticas, los expertos y, siento decirlo, muchos economistas decidieron, en gran parte por razones políticas, olvidar lo que solían saber.” Sin embargo, no hay que saber mucho para descubrir el porqué los manirrotos se sienten santificados y condenan a los austeros. Lo enseña la más básica investigación de psicología económica: las personas prefieren disfrutar del consumo sin pensar en la necesidad de pagar por ello en el futuro. Comprendemos, entonces, los panfletos griegos: “No debemos, no vendemos, no pagamos”.
Lo más curioso del discurso en contra de la austeridad es la contradicción que impone en los que lo profesan. Los socialistas defienden la necesidad consumir y gastar mientras que los artífices de la sociedad de consumo justifican la sobriedad y la frugalidad. La izquierda se convierte así en defensora de uno de los principales vicios del dinero en el análisis marxista: el dinero de crédito crea la ilusión de que el capital se expande a si mismo. Y es que la cualidad intrínseca del dinero es la voracidad, la necesidad de crecer sin descanso. Cierto es que la economía de las naciones no puede equipararse a la economía familiar y el significado de la buena administración de una casa no es igual al de un Estado. Pero no podemos dejar de hacer comparaciones entre el bienestar de la población de un país como Grecia, cuya deuda alcanza 164% del PIB, y el de una nación productiva y austero como Suiza con una deuda que apenas llega a 46% del PIB. La condición de un país como Venezuela es más ejemplarizante aún, una sociedad nueva rica signada por una psicología de abundancia que terminó en absoluta escasez. En lugar de los análisis económicos tan volubles y adaptables a la ideología, requerimos la vuelta al culto de las virtudes éticas. Entre el dispendio y la mezquindad, la magnificiencia.
@axelcapriles