Nadie sabe cuánto puede un cuerpo. Ética, Spinoza
La ingenuidad es la más inmediata, una de las más prestas, dóciles y sutiles armas manejadas por el terror. Que de ingenuo, no tiene un pelo. Es el primer pecado de los sometidos: creer con su pervertida ingenuidad cuanto el terror le dicta. Es más: correr a darle la razón aún antes de que le haya soltado alguno de sus embustes. Pues el terror, además de malévolo y avieso es embustero. El contrapoder, en cambio, cree en pajaritos preñados, asume como verdades lo que son falacias y se apresura en asumir como verdad sacrosanta lo que es una maquiavélica mentira.
Esa, no otra es la causa de la llamada guerra asimétrica. La atolondrada ingenuidad del sometido, que cree a pie juntillas que el sometimiento es inexorable y no habrá poder en el mundo capaz de derrotarlo. Y la pervertida malevolencia del represor. Basta creerlo, para dotarlo de esa aterradora pátina de omnipotencia que está muy lejos de poseer. Desnudo es un don nadie.
Sobran los ejemplos del modo y manera como el contrapoder corre en auxilio del terror, asume sus embustes como verdades incuestionables y desarma, con ello, su propia causa. Podríamos escribir la historia de la traición en que ha incurrido la oposición venezolana – o una parte de ella, la que ha logrado imponer su propia mendacidad estratégica llevando por la tramposa e impotente vía del electoralismo al poder de todos los poderes: el pueblo – dotando al régimen de toda certeza y toda omnipotencia.
Una de las más eficaces falacias nos dice que el pueblo no aguantará – ni tolerará – durante mucho más tiempo la situación. Nos asombra la ingenuidad con la que hombres sabios y sensatos nos preguntan, pensando en diciembre del 2016: ¿y tú crees que el pueblo aguantará tantos meses? Pues confiado en esa falaz interrogante se asume por cierto una mentira: el pueblo puede aguantar lo aparentemente inaguantable. Y por ello mismo, confiarse en los límites de su aguante permite dejar de hacer lo que se haría, si se tuviera conciencia de que sólo la acción en contrario de un auténtico contra poder puede derrotar a la tiranía. Ya se ha aguantado demasiado. Diecisiete años. Llegó la ahora de no aguantar más. Y esa es una decisión política de quienes tienen la lucidez y el coraje de activar la única palanca del cambio: el pueblo alzado. No un mecanismo automatizado que dicte cuándo un pueblo deja de aguantar. Temo que no exista esa dirigencia dispuesta a mover ese rincón inviolable de la rebeldía.
Votos o balas: esa fue la primera falsa alternativa, la argucia con que el contrapoder mutiló sus propias fuerzas, brindándole de paso patente de corso al terror del régimen para que le cayera a balas al que no creyera en votos. Como en efecto. Venía a decirle al sometido: o votas o el régimen te caerá a balazos. Guiñándole de paso el ojo al régimen autorizándolo desde la trastienda de los acuerdos y el diálogo a caerle a tiros a quien osara desafiarlo con manifestaciones de calle. Y a podrir en la cárcel a quienes osaran desafiarlo. Fue la traición en que incurrieron los bonzos de los partidos del parasistema, para blindar su propio sendero hacia lo que su máxima dirigencia y la de sus aliados a contracorriente consideran el poder: sentarse a lo alto del podio de la Asamblea Nacional.
No es maquiavelismo, contrariamente a lo que la doxa quisiera hacernos creer. Pues Maquiavelo bien lo dice: “me duelo mucho porque veo que muchísimos de vosotros se arrepienten, por motivo de conciencia, de las cosas hechas, y quisieran abstenerse de las que vamos a cometer.” Cuando se las cometió, luego de espantar con la falsa alternativa de votos o balas, y, siguiendo la profecía auto cumplida – una invitación a la masacre -, el régimen asesinó a medio centenar de muchachos, se logró el desiderátum de la traición: dividir entre los que votan y los que saben que votando no obtendrán nada. Entre los que llaman a la acción y los que llaman a la votación. Los que pagan con cárcel y los que son recompensados con curules. Entre los que dan su vida por la libertad y los que la alquilan a cambio de prebendas. El pueblo dejó de ser un solo cuerpo, así la división fuera sustentada en la falsa promesa de la unidad.
Pues la esencia del poder del pueblo es la unidad, pero no la falsa unidad de los partidos que han usurpado el poder soberano, sino la unidad corporal, física, de hombre con hombre y mujer con mujer, en un solo amasijo de acción. Dice Spinoza: “así, nada es más útil al hombre que el hombre; quiero decir, que nada pueden desear los hombres que sea mejor para la conservación de su ser que el concordar todos en todas las cosas, de suerte que las almas de todos formen como una sola alma, y sus cuerpos como un solo cuerpo”.
Pero entonces caemos de Spinoza en Clausewitz, de la ética en la guerra, y comprendemos que esa unidad popular, de cuerpo con cuerpo y alma con alma, es el único lugar en que se encuentra el invencible poder de la historia. No en los ejércitos, muchísimo menos si esos ejércitos están corrompidos en su esencia, se han entregado en cuerpo y alma a un poder extranjero y viven en función de obtener y acrecentar riquezas. Ni mucho menos en los mercaderes de la política, que negocian ese poder popular castrándole toda eficacia para someterlo a sus designios privados. Votar encapillados. Entonces se nos muestra el velado secreto del único, del verdadero poder social. Maniatado por lado y lado.
¿Romperá el pueblo sus cadenas? ¿Se hará presente con su irrefrenable deslave o seguirá sometido a la amenaza de las balas y al terror de la muerte? To be or not to be. That is the question.
@sangarccs