A Gustavo Velásquez @G_Velasquez
He pasado por lo menos la mitad de mi vida leyendo, releyendo y descifrando a Karl Marx y a la escuela filosófico política de su descendencia: Lenin, Trotski, Lukács, Rosa Luxemburg, Ernst Bloch, y la llamada Escuela de Frankfurt, en cuya tradición me formara: Marcuse, Adorno, Hockheimer. En su idioma original y a partir de la lectura de la Lógica y la Fenomenología del Espíritu, las obras cumbres de Johann Wilhelm Friedrich Hegel, padre de la dialéctica y cuya critica de izquierda representara el joven Marx a partir de su famosa tesis según la cual la tarea de la filosofía debía dejar de conformarse con interpretar el mundo, para proceder a cambiarlo. Lo hice en su país de origen y sirviéndome de los más de cuarenta tomos de sus obras completas, la llamada MEGA (Marx Engels Gesamt Ausgabe) editadas por el Estado de la República Democrática Alemana. Incluida en ellas, naturalmente, aunque como un anexo posterior, la última de las obras editadas a mediados de los años treinta por el Instituto de Ciencias de la URSS bajo la dirección del Dr. Riazzanov: los Grundrisse der Kritik der politischen Ökonomie, los llamado Fundamentos de la Crítica de la Economía Política, el compendio íntimo de las anotaciones que sirvieran de base a la formulación de El Capital, que abren un espacio a la comprensión de los más osados pensamientos de Marx sobre el desarrollo del capitalismo industrial y sus tendencias futuras, incluidos los fenomenales avances tecnológicos de las fuerzas productivas que abrían la posibilidad de robotizar el proceso productivo mismo y dejarle al hombre, libre de las cadenas del trabajo y la explotación capitalista del hombre por el hombre y del peso abrumador de esa boa constrictor del Estado burgués, todo el tiempo libre para el disfrute pleno de la felicidad paradisiaca que imaginaba era la estación final de la sufriente humanidad: el reinado del socialismo científico. El reino de Jauja, Adán de regreso al paraíso, Eva emancipada, amor universal, Flower Power. Paz y amor. All we need is love.
Es tan monstruoso el abismo totalitario de muerte y devastación y tan miserables los logros materiales que tales ensoñaciones provocaron en la historia del siglo XX, tal la cantidad de cadáveres provocados por el idilio prometido, tan siniestros los campos de concentración, las cárceles y mazmorras organizadas por quienes tomaron absolutamente en serio el diagnóstico y llevaron a la práctica las recetas políticas del Dr. Marx – Lenin, Stalin, Mao, Fidel Castro y su larga corte de monaguillos, entre los cuales el inefable Hugo Chávez – y los rebotes que sus ideas socialistas provocaran como daños colaterales – Mussolini y Hitler, principalmente – tal los sufrimientos de los hospitales psiquiátricos y las desventuras provocadas por tales infantiles delirios, que cabe preguntarse si en la fantasía del escritor inglés Bram Stocker, creador del Dracula, Marx no hubiera sido su lejano inspirador. ¿Qué es el militante revolucionario típico, un Darío Vivas, un Nicolás Maduro o un Jorge Rodríguez, sino alpargatescas versiones polvorientas del Dracula castrocomunista en bragas?
Marx, un judío emancipado que contrajera nupcias con una joven aristócrata germana, Jenny von Westphalen, a la que hiciera pasar las más penosas estrecheces y las más indignas penurias – sus hijas no fueron al colegio porque carecían de calzado y ropa adecuada, razón por la cual se vieron condenadas a la indigencia y una elegante ignorancia mientras su padre pasaba sus horas quemándose las pestañas en la biblioteca del Museo Británico -, que en el colmo de los abusos burgueses mantuviera en paralelo relaciones y tuviera un bastardo con su criada y anticipando el destino de las consecuencias de sus desquiciadas promesas viviera de explotar la generosidad de un mecenas, su carnal Federico Engels, rico vástago de un poderoso empresario textilero alemán -, jamás hubiera imaginado que el socialismo que terminaría imponiéndose en el mundo sería un infierno, no un paraíso, provocaría las peores hambrunas de la historia, sin hartar a nadie más que a los capitostes del partido, arrastraría a millones y millones de víctimas inocentes a los mataderos de revoluciones y guerras de exterminio total, la verdadera cara de su utopía, y que al final de los tiempos serviría de pantalla a delincuentes comunes, narcotraficantes y ladrones, como los que han devastado, por ejemplo, a Cuba y a Venezuela.
Trate de destilar los más de cuarenta tomos de la MEGA y no encontrará más que lo que suele llenar las páginas indigeribles del Granma y el Correo del Orinoco: ilusiones usadas como mascarada de gobiernos subdesarrollados, bárbaros, autocráticos y totalitarios. Estruje la seria imagen del barbudo pensador de Treveris, y le aparecerá el rostro picado de viruelas de Pedro Carreño y el porcino perfil de Jorge Rodríguez, el rostro mortecino y draculiano de Fidel Castro o la supina ignorancia de Nicolás Maduro. Comprima al máximo los Fundamentos de la Crítica de la Economía política y obtendrá algunas bravatas de Tarek El Aissami, las sombrías sentencias de Tibisay Lucena o las turbias amenazas de Vladimir Padrino. Coloree la imagen de Jenny von Westphalen y asomará la imagen de una asaltante de bancos, madre putativa de dos jóvenes traficantes de cocaína y leguleya de tres al cuarto.
¿Para eso haber perdido media vida adulta de estudios y desciframientos? Sobradas razones tenía el filosofo italiano Antonio Labriola para asegurar que sólo la estupidez era eterna. Venezuela lo confirma.