Él se había radicalizado, tanto o más que yo, y seguramente estaría de acuerdo con mi visión un tanto apocalíptica de esta pesadilla. Y muy posiblemente estaríamos también de acuerdo en considerar que con esta oposición de mantequilla, rancia y descompuesta, pues carga con el ADN de Alfaro Ucero y Rafael Caldera, estaríamos condenados a muerte. Deseo, sinceramente, que descanse en paz.
El símil del Dr. Frankenstein con que lo caracterizamos en los comienzos del nacimiento de la creatura política que terminara devastando a la comarca se ha convertido en matriz de opinión. Haber esculpido de esa piedra bruta del chafarote sabanetero – un payaso farsante, bufonesco, torpe, cobarde y ridículo – el diamantino caudillo de multitudes que asaltó el gobierno y concentró el mayor poder social, político, económico y militar jamás poseído por gobernante alguno en la Venezuela de todos los tiempos, sólo puede ser comparado con el Doktor Frankenstein, quien, en la maravillosa novela de Mary Shelley, le da vida a un amasijo de desperdicios humanos: un monstruo desalmado y contradictorio, testigo de todas sus impotencias pero armado de la fuerza descomunal de su ingenua crueldad, construido con despojos robados de la morgue de la comarca por su asistente, un obsecuente lacayo a su servicio.
Me pregunto si vuelto a su realidad originaria veinte años después, a punto de morir como un perro echado sobre la fría lata de la camilla habanera en que vivió sus últimos destellos de vida, sacrificado por los hermanos Castro, máximos beneficiarios de sus tropelías, iniquidades y desafueros, la creatura de Don Luis Miquilena tuvo conciencia de su infeliz desventura. Estaba tan poseído por el injerto cerebral que le proveyera su Dr. Frankenstein, que muy posiblemente jamás supo que su mentor lo había convertido en el frío y apasionado instrumento de la devastación del condado, esencia de todo los proyectos animados por el marxismo leninismo, como el suyo.
Su creador la tuvo, si bien sospecho que jamás en la plenitud de sus consecuencias. Contaba en prueba de su inocencia haberle reclamado delante de Fidel Castro, en la famosa cumbre celebrada en Margarita a comienzos de su mandato, que la porfía por imponer una revolución marxista en Venezuela era una locura. “¿No es así Fidel?” – le preguntó acusatorio, seguro de que Fidel Castro le daría toda la razón. Que en Venezuela no estaban dadas las condiciones para implantar un régimen comunista y que de intentarlo, el resultado sería catastrófico – contaba haberse explicado ante la aparente sorpresa y comprensión del verdadero Dr. Frankenstein latinoamericano, ante quien creía estar acusando a su creatura y de quien esperaba la mayor comprensión. A pesar de su edad y larga experiencia, incluso de cabillero comunista, creía sinceramente Luis Miquilena que Fidel Castro era un ángel de pecho, noble, comprensible y atento al bienestar de Venezuela. Y no el más mortal y despiadado de todos sus enemigos, desde los tiempos de Boves. La abuelita de Caperucita Roja denunciando ante el lobo viejo la brutal voracidad del mayor, más consentido, oportuno y servicial de sus lobeznos.
Que Luis Miquilena no había terminado por comprender en toda su magnitud la gigantesca gravedad de su parto me lo volvió a demostrar algunos años después de que le retirara su respaldo al monstruo de su infortunio. Juraba que si Chávez se desviaba del deseado itinerario de una revolución democrática como la que él propugnaba, le acompañaría y con él se iría su asistente quirúrgico, José Vicente Rangel. Otro error indigno de un político viejo y resabiado. Rangel lo dejó en la estacada, seducido por los millones y millones de dólares que su clan, desalmado y corrupto hasta la médula, le chupara al régimen. Quedándose él, un hombre manifiesta y evidentemente honesto, sin el chivo y sin el mecate.
Estábamos en casa de Leopoldo López Gil y Antonieta Mendoza, padres de Leopoldo, despidiendo a unos invitados extranjeros venidos a respaldar nuestras luchas, entre ellos Jorge Castañeda, ex canciller mexicano, y Mario Vargas Llosa. Estaba indignado. Ante mi sorpresa me explicó su disgusto por la negativa de Vargas Llosa a apersonarse en Miraflores atendiendo a la invitación de Hugo Chávez para discutir sobre la situación del país. De la que él llegara a esperar resultados positivos. Además de señalarle que la negativa de Vargas Llosa era absolutamente correcta y legítima: ir a Miraflores, pasando por las horcas caudinas de las fanfarrias mediáticas, la inconmensurable grosería y destemplanzas del caudillo hubiera significado rendirse ante la cobardía de quien se negaba a discutir en terreno neutral – algo que esta oposición mudista y dialoguera aún no entiende – le repliqué que él, padre de la criatura, debía saber que Chávez no entendería a menos que tuviera un cañón en la sien o un puñal en la garganta. “Estamos jodidos, Luis. De esto no saldremos sino con una gigantesca y letal movilización popular. Vargas Llosa está en la razón. ¿Conversaciones en Miraflores? Rendición y paja pura”.
Fue hace años. Desde entonces no volvimos a hablar, pues no tenía el menor sentido. Él se había radicalizado, tanto o más que yo, y seguramente estaría de acuerdo con mi visión un tanto apocalíptica de esta pesadilla. Y muy posiblemente estaríamos de acuerdo en considerar que con esta oposición de mantequilla, rancia y descompuesta, pues carga con el ADN de Alfaro Ucero y Rafael Caldera, estaríamos condenados a muerte. Ex comunista de vieja estirpe, tenía perfectamente claro la aviesa naturaleza del Poder. Conocía la pudrición de la política cuartorepublicana por dentro, a la que le había asestado una puñalada mortal por el mero pecho, sabía de su pusilanimidad y cobardía, que despreciaba, pero tampoco confiaba en las nuevas hornadas políticas de jóvenes ambiciosos, agalludos e inexpertos, formados en el kindergarten del contubernio, el diálogo y la negociación. Un ejercicio político que no causa sangre, sudores ni lágrimas. Salvo a los auténticos, que han sido asesinados, están presos o marginados. Y están llamados a ser los padres de la Venezuela del Siglo XXI.
Deseo, sinceramente, que descanse en paz. De los arrepentidos es el reino de los cielos.
@sangarccs