Poseemos los venezolanos una certidumbre que no deja espacio a dudas: si por algún estúpido e incomprensible error de alguna autoridad competente en la materia los narco sobrinos de Cilia Flores – consanguíneos – y de Nicolás Maduro – políticos, en el más amplio sentido del término – hubieran sido detenidos en territorio nacional al momento de preparar el alijo con los 800 kilos de cocaína proveniente de las FARC, que ayer mismo estuvieran punto de entrar por la puerta grande al establecimiento político y social colombiano libres de toda culpa tras medio siglo de iniquidades y desafueros gracias al contubernio de Juan Manuel Santos con Raúl y Fidel Castro, no hubieran permanecido más de algunos minutos detenidos. Hubiera bastado un solo telefonazo al palacio presidencial o a la morada de sus tíos para que no sólo hubieran sido puestos en libertad de inmediato, sino para recibir las debidas disculpas del Tribunal Supremo de Justicia. Y los responsables por la justa y correcta decisión, absolutamente apegada a derecho, expulsados de inmediato de las filas de la Guardia Nacional, la Armada o el Ejército Bolivariano. De la policía bolivariana, absolutamente impensable: el Inspector General de ese cuerpo, otro de sus tíos, tan carnal de la pareja de narcotraficantes como la primera dama, les hubiera brindado toda su protección, pues en un escandaloso caso de nepotismo, es hermano de la llamada “Primera Dama”. Y cuñado del sátrapa.No son elucubraciones. El pollo Carvajal debe tener a su haber el tráfico no de ochocientos kilos, sino de toneladas y toneladas de cocaína. Y muchísimas más tendrán Diosdado Cabello, Tarek El Aissami y la pandilla de narco generales que forman parte del Estado Mayor de las fuerzas armadas más involucradas en el tráfico de estupefacientes de la región. Y posiblemente del mundo. No se los toca ni con el pétalo de una rosa. Y ya vimos lo sucedido con el considerado por la DEA como el máximo Kingspin de la droga del cartel de los soles, a punto de ser extraditado a los Estados Unidos, que lo reclamaba por su documentada intervención en el masivo trasiego de estupefacientes a nivel internacional: para burlarlos se removió cielo y tierra, se recurrió a Cristina Kirchner, se influyo a su través sobre la reina de Holanda, tan argentina y tan del mismo talante que el Sumo Pontífice, para que fuera rescatado en gloria y majestad antes de ir a dar cuenta ante algún juzgado de Miami, que posiblemente no hubiera tardado un año completo, como ha tardado la fiscalía sur del condado de Manhattan con respecto a los críos dilectos de madame Flores, en declararlo culpable. Y agarrado de esa punta del manto, hubiera tenido suficiente tela que cortar.
¿Cuán involucrados están o han estado diputados, ministros, jueces, viceministros, generales, coroneles, funcionarios y familiares de todos ellos en el narcotráfico, como para que hayan convertido a nuestro país en la principal plataforma para el acopio y exportación de narcóticos a América Central, a los Estados Unidos, a Europa y África? Hacerlo, y protegido por el Estado en pleno, con su infraestructura de carreteras, aeropuertos e instalaciones portuarias, y bajo la solemne investidura de pasaportes diplomáticos, aviadores de la FAV y aviones de boliburgueses no sólo es el más floreciente de los negocios contemporáneos que permite el enriquecimiento súbito sin derramar una sola gota de sudor, sino que hacerlo montado sobre el aparato justificatorio del marxismo leninismo, Simón Bolívar y el antiimperialismo es casi una obligación moral. Un detalle que suele pasarse por alto. Para el castrocomunismo, el tráfico de drogas no es un crimen: es un medio legítimo de debilitar al enemigo y obtener suculentos recursos para llevar a cabo su misión revolucionaria. Enriqueciendo, de paso, a las altas autoridades, financiando sus campañas electorales y permitiendo la entronización de sus dictaduras. Ya antes, mucho antes del asalto al poder por las narco pandillas castro-bolivarianas, le oír decir a un ex compañero de la izquierda revolucionaria chilena que se había afincado en la Colombia de los florecientes, poderosos y ascendentes narcotraficantes – ya habían contaminado al establecimiento político colombiano, entraban al parlamento y financiaban la carrera de algún presidente, como Ernesto Samper, aún en servicio – que enviar toneladas de cocaína a los Estados Unidos contribuía a la causa del anti imperialismo, pues desfondaba moral y psíquicamente a millones de jóvenes norteamericanos. Lo que a mediano y largo plazo servía a la causa marxista leninista en el planeta.
De modo que si a ver vamos, en el más alto extremo de la vigencia de las instituciones legales y jurídicas, del resguardo político policial a la ciudadanía y del respeto al Estado de Derecho y a la moral pública se encuentran los doce anónimos jurados y sus cuatro suplentes que el viernes pasado al final de la tarde declararon por unanimidad culpables a los narco sobrinos de la pareja presidencial. Dándose tiempo hasta el 7 de marzo del 2017 para calibrar la gravedad de esa culpa y dictaminar el tiempo de condena que pasarán encarcelados. De diez años a su miserable eternidad. Dependiendo de la capacidad de negociación de los defensores, de la decisión de servir a la justicia por parte de los culpables y de la cantidad de personalidades venezolanas cuyos crímenes merezcan pasar a los archivos de la justicia norteamericana, a la espera de rendir cuentas. Del otro extremo, este Tribunal Supremo de obsecuentes y serviles amanuenses de la satrapía, prontos a culpar a inocentes y a hacer la vista gorda ante las iniquidades de sus mandantes: traidores, vende patrias, narcotraficantes, asesinos y ladrones.
Es tan notorio ese diabólico, apocalíptico contraste entre el bien y el mal, la justicia y la injusticia, la probidad y el crimen, que cabe preguntarse si es comprendido y debidamente valorado por quienes, diciéndose de oposición, envían a sus tartufos a hacer lobby a favor de los criminales para ver si pescan el beneplácito del sátrapa y recogen alguna medida de gracia para sus encarcelados mandantes. ¿O es que quienes se mueven en ese pantanoso terreno de la complicidad con el régimen proceden por la libre y no en comandita con los tres ex presidentes de la Internacional Socialista – Zapatero, Torrijos y Fernández – y sus compañeros dirigentes de la MUD con los cuales comparten la mesa del diálogo, cuando hacen lobby en Washington y en Itamaratí a favor de la parejita de narcotraficantes, dizque “para no entorpecer al diálogo”?
Que quede meridianamente claro: con esa gente, Venezuela no subirá un solo peldaño en la escala del respeto internacional y muy difícilmente encontrará el respaldo de quienes, en el mundo, quisieran auxiliarnos en la dura lucha por la liberación en que estamos empeñados. Como dice uno de los más sabios refranes acuñados por los hombres y que va siendo hora de que los opositores verdaderamente empeñados en desalojar a la dictadura asuman de una buena vez: más vale solos que mal acompañados.
@sangarccs