Sebastian Haffner en un estupendo recuento de su vivencia como joven abogado del surgimiento y desarrollo del nacionalsocialismo – Historia de un alemán– comienza sus apuntes biográficos con dos señalamientos particularmente importantes desde la perspectiva de la Venezuela actual: el primero, que la suya fue la historia de una vida solitaria contra un monstruo implacable, la batalla de un individuo solitario contra el Estado nazi; el segundo, que ese monstruo había arrasado sobre la institucionalidad germana habituando a sus gentes a los peores crímenes y los más espantosos actos de sevicia como en cámara lenta, con cuentagotas, hasta aceptarlos como la cosa más natural del mundo. Pensé en ello la noche del fracaso de nuestro candidato Henrique Capriles contra Hugo Chávez, al escuchar el testimonio de quien, de hecho, se había enfrentado prácticamente en solitario no contra Hugo Chávez sino contra el estado dictatorial montado por el chavismo militarista ante la apatía y consentimiento del mundo entero. Incluso de los venezolanos. Y ello, sin mostrar la menor indignación.
Muchos no entendieron mi disgusto ante las palabras y el comportamiento anunciado por mi candidato. Algunos observadores chilenos a quienes acompañaba, juzgando a partir de las palabras de Capriles, se fueron convencidos de que esas habían sido unas justas y correctas elecciones, apegadas a nuestros sagrados principios constitucionales. Si el vencido aceptaba de buen grado los resultados ¿con qué derecho habría de cuestionárselos? Me prometí en secreto no volver a darle mi voto a quien, sin ningún interés personal de mi parte, se lo había dado en todas las elecciones pasadas. Creí que mientras él no fuera capaz de expresar con verdadera convicción, con profundo instinto de supervivencia y autodefensa, convencimiento y autenticidad, la profunda indignación de un pueblo que lo había votado a pesar de saberse escarnecido, vilipendiado, ofendido y humillado por un grupo de indignos venezolanos, ladrones, corruptos, ruines y entregados a la tiranía cubana, no contaría conmigo. Era poco, era nada, pero además del voto era lo poco de valía social que pueda representar el trabajo de un intelectual crítico, comprometido en alma, corazón y vida con su país, Venezuela.
Cambié drásticamente de parecer la noche en que, desde la sede de su comando en la avenida Río de Janeiro en Bello Monte, el candidato in pectore para las elecciones convocadas meses después de la muerte de Hugo Chávez, sucedida en diciembre en La Habana y manipulada por los aparatos político policiales cubanos que controlan nuestro país hasta tener atados y bien atados todos los cabos para ganar las próximas elecciones presidenciales e imponer al sucesor de sus conveniencias, diera a conocer a la opinión pública su decisión de asumir la responsabilidad por una nueva campaña presidencial. Lo hizo en términos tan rotundos, tan tajantes, tan sin medias tintas ni medias verdades, de manera tan inequívocamente distinta a la anterior, que a mi natural asombro –era una tesitura en la que no conocía al candidato, salvo en sus veladas acusaciones de todo orden a quienes lo adversan en el seno de la misma oposición– sucedió un lógico entusiasmo. Me dije: con ese caballo de batalla si me atrevo a participar en la carrera: ese es mi candidato.
Fue, si no estoy mal informado, el sesgo “de arrechera” que el asesor político J. J. Rendón le aconsejó que empleara para enfrentar al nefasto personaje que violando los principios constitucionales sería candidato desde su cargo de presidente encargado. Pues era lo que nuestro pueblo quería de su candidato: un hombre capaz de enfrentarse con vigor y valentía a la inmundicia reinante. Pero, sobre todo, fue el tono de ética e indignación que el pueblo venezolano quiere ver y oír en sus líderes: decisión, fuerza, voluntad de combate, autoritas. No carantoñas blandengues ante la infamia. No dialogueros a discreción de Miraflores. A esta pandilla de facinerosos se les debe enfrentar con un discurso diametralmente alternativo no con las mismas promesas populistas y demagógicas de los autócratas gobernantes. Se les enfrenta con el rigor del estadista, con la indeclinable voluntad de no dejarse caribear ni engatusar por instituciones podridas. Así tengan la Constitución, los códigos y las armas de la República a su entera disposición. Se les enfrenta con la verdad plena no con medias verdades al gusto del enemigo.
Ese cariz de frontalidad, de enfrentamiento sin melindres, de decir las verdades por toda la calle del medio, dio con la tecla necesaria para el despertar del venezolano, que no asistió a presionar una laminita en una pantalla sino a golpear al enemigo en el lugar que más debería dolerle: en el pervertido corazón de su criminalidad. En sus cavernas del poder. Con un único propósito de alta política: desalojarlo. No solo del Poder Ejecutivo, sino de todos los poderes para recuperar la patria libre, decente y victoriosa que nos legaran nuestros mayores. Con patriotismo auténtico no con la venia de los vende patrias.
Yo comprendo que ante la evaporación de esa actitud de frontalidad y coraje y un mutis tanto o más ominoso que el del Teatro Chacao de mi primera grave decepción, Leopoldo López haya sacado fuerzas de flaqueza y haya decidido coger el testigo y lanzarse a la calle, con los saldos en notoriedad mundial, desenmascaramiento de la dictadura y respaldo a nuestras luchas a nivel internacional, pero también con un año de cárcel, cincuenta muertos y una terrible huelga de hambre. Y que tras suyo se sumaran nuestras dos más importantes figuras políticas: María Corina Machado y Antonio Ledezma. Castigados brutalmente por la dictadura del horror, una con el brutal y arbitrario desconocimiento de su investidura, obtenida con la mayor votación de esa contienda, el otro secuestrado y arrojado a las mazmorras de una prisión militar y ambos aún pendientes de terminar sepa Dios atrapados en qué siniestra celada. Pues la dictadura actúa con la estúpida brutalidad de quien desconoce que solo cuenta con una miserable aprobación de los venezolanos.
A pesar de ese monumental esfuerzo en vidas y trabajo a todos los niveles, y los grandes logros conquistados, se ha vuelto a imponer la tesis de Tibisay Lucena, el CNE, el régimen gobernante y la MUD: o elecciones o balas. Como lo planteara en enero de 2014 a El Universal la máxima dirigencia de AD. Es decir: o votamos o seremos víctimas de las balas de la dictadura. Si bien con un cambio esencial en el humor del votante de toda clase y condición respecto de los dos anteriores procesos electorales: el pueblo ahora sí que está indignado. Digo: el pueblo chavista y el pueblo antichavista. El pueblo venezolano, sin más adjetivos. No soporta la brutal carestía y desabastecimiento de sus bienes esenciales, no soporta la brutal inflación que hace agua todo salario y renta, no soporta pasar horas y horas en colas indignantes e improductivas, no soporta tanta inseguridad que ha logrado el milagro de abaratar el más precioso de nuestros bienes: la vida. Como dice la hermosa canción de Pablo Milanés: la vida no vale nada. Ayer en Cuba, hoy en Venezuela.
No obstante, aún no sale a relucir esa indignación popular en los candidatos de esa próxima justa, esa expresión vital de ira, furia y enojo ante tanto abuso, tanto latrocinio, tanta prostitución, tanto narcotráfico oficializado, tanta venalidad y sinvergüenzura de las autoridades. ¿Será que la blandenguería se hizo cargo de nuestros liderazgos? ¿Será que aún no encuentran el justo lenguaje para combatir la injusticia, la miseria y el oprobio reinantes?
El pueblo está bravo. Solo votará con decisión y entusiasmo por quienes lo acompañen y le respalden su bravura. Por quienes muestren la decisión de enfrentar la maldad con la fuerza irrebatible de la verdad y la justicia. Por quienes le hagan pagar a esta pandilla de forajidos con la virilidad, la decisión y la fuerza incontenible de la decencia. A quienes les demuestren que Venezuela en manos honradas tiene conque alimentar y satisfacer las necesidades de todos sus hijos. Sin necesidad de humillaciones, sin colas ni sacrificios. Así valdrá la pena votar. Así, todos deberemos ir a votar. Seguros de que habremos comenzado a construir el futuro.
EL NACIONAL