Como una cristalina gota de agua que horada paciente y tenazmente una roca, hasta vencer su resistencia y traspasarla inexorablemente: así ha terminado por actuar sobre la conciencia de la comunidad internacional la eficaz combinatoria de masiva, pujante y sacrificada protesta de calle del pueblo venezolano en rebeldía con la permanente denuncia internacional de los principales actores que se mueven en los foros internacionales llevando la voz de nuestros presos políticos, de nuestras hijas e hijos asesinados, de nuestro pueblo que sufre y clama por pan, reparación y justicia.

El efecto no puede ser más contundente: el régimen dictatorial, hambreador, represivo y asesino de Nicolás Maduro ha perdido toda credibilidad y se encuentra arrinconado entre la espada y la pared. Está aislado. Sin otro respaldo que el que pueden darle sus pandillas hamponiles.

Ha llegado al borde del abismo y no tiene escapatoria. Su fin se aproxima y no habrá huida: la renuncia y/o el abandono del cargo se harán tan inevitables como lo fueran en el caso de Fujimori. Así suene a sarcasmo: un sistema de dominación incomparablemente más humanitario y decente que este régimen aborrecible. Comparado con el cual las dictaduras de Fulgencio Batista, Anastasio Somoza o Leonidas Trujillo fueron juegos de niños. Ni siquiera Cuba, que lo controla y maneja como a un enclave colonial. El de Maduro es un régimen más infame, más ilegítimo y más cruento que el de Raúl Castro, porque es servil y esclavo. Así más no sea porque el pueblo cubano no tienen el coraje, la decisión y la vocación libertaria del pueblo venezolano. Y pareciera aprobar en silencio su sumisión.

Ni Sadam Hussein ni Muammar Gaddafi llegaron al nivel de bajeza y ruindad de Nicolás Maduro. Eran, por lo menos, centro y eje de sus propias vidas, de sus propias historias, de sus propias dictaduras, de sus propios regímenes dictatoriales. No servían de sátrapas ni de agentes de gobiernos extranjeros. Y terminaron con el justo castigo a su infamia: colgando de una cuerda, despiojado y enjuiciado como un criminal, el iraquí; perseguido, acorralado, cazado y empalado como una fiera, el libio. Dignas muertes para indignos tiranos.

El proceso de denuncia puesto en acción por el Secretario General de la OEA comienza a ejercer el corrosivo efecto de un ácido implacable. Más allá de los juegos de cronos de que se sirven las repúblicas artificiales del Caribe, sobornadas por el poder del petróleo y carentes de la más elemental dignidad nacional, y la complicidad de gobiernos comprometidos con la tiranía cubana y el ya decadente y en retirada Foro de Sao Paulo, como el de Bolivia, ningún país del hemisferio ha hecho causa común con la dictadura cubazolana: ni México, ni Brasil, ni Argentina, ni Colombia, ni Chile, ni Perú. El de Maduro es un gobierno paria en la región. Su régimen, un calvario en proceso de desaparición.

Los Estados Unidos ya han llevado el caso de Venezuela al Consejo de Seguridad. Las palabras de la embajadora del gobierno norteamericano han puesto de manifiesto la voluntad de exigirle cuentas a Nicolás Maduro. El balance de asesinatos de Estado, el terror ejercido contra el pueblo de Venezuela y la imperiosa necesidad de exigirle el cumplimiento de las más elementales obligaciones democráticas y humanitarias sólo puede ser satisfecho con el fin de la dictadura. No hay marcha atrás. No hay posibilidad alguna de entendimiento. Se agotó la estafa de los diálogos.

La última carta del régimen, aplastar con sangre y fuego la rebelión popular, se ha demostrado ineficaz y de imposible cumplimiento. La avalancha insurgente echó a rodar y no habrá fuerza que la detenga. De un extremo al otro del país, de todas las clases sociales, de todas las edades. Tiene su propia dinámica, su propio liderazgo, su propia fuerza motriz. No depende de partidos ni cogollos. Se alimenta y se nutre a sí misma. Es la revolución. Un gobierno puede irse. Un pueblo está obligado a quedarse. Con cada día que pase, más graves serán las acusaciones, más pesadas las condenas. ¿No es como para que las fuerzas represoras y los cómplices de la dictadura se la piensen dos veces?

Un resquicio de razón, es todo lo que podría quedarles. Úsenlo.
@sangarccs

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