Nelson Socorro es, en puridad, un jurista, un pensador del Derecho, un administrativista y constitucionalista formado en el estudio y el trabajo. La forma como durante 17 años se ha maltratado el estado de derecho en Venezuela le ha resultado doblemente amarga: por el tenebroso drama que, al margen de la ley y con infracciones casi diarias a la Constitución, ha recaído sobre Venezuela y los venezolanos; y por el desprecio que el poder evidencia contra una ciencia a la que ha dedicado su vida.
En un ensayo que le solicitara el Club de Roma, capítulo venezolano, Nelson proporciona datos impresionantes en su probidad y arriba a una ácida conclusión que puedo comprender pero no compartir.
En los últimos años se aprobaron –dice Socorro– una Constitución, una enmienda, 270 instrumentos legales y cientos de instrumentos sublegales, además de sentencias de rango constitucional que en su conjunto cambiaron la base misma de la constitucionalidad, dando lugar a un “nuevo Derecho” cuyos fundamentos niegan los que han cimentado los ordenamientos legales del mundo civilizado.
Pudiera pensarse que una élite de excelsos juristas ha tomado por asalto a Venezuela para enseñarle al mundo cómo debe ser el Derecho del futuro. Pero el problema es que este asalto no ha hecho avanzar nada, por el contrario nos ha devuelto a una etapa oscura de la civilización. Algo así como la pre modernidad del absolutismo; de los reyes que podían proclamar con Luis XIV: “El Estado soy yo”. No se sometían a control alguno porque el fundamento de su autoridad era divino y por lo tanto no respondían de sus actos ante nadie. Una supuesta nueva ciencia, hostil al hallazgo de la división y equilibrio de los poderes. Al hacer virtuoso el vicio de la concentración de todos ellos en un solo puño –conforme al pensamiento de Montesquieu, altísimo exponente de la Ilustración siglo XVII– estaría abriendo el cauce para que fluyan la arbitrariedad y tiranía.
En el estado de Derecho que es, no en el que pretenden inventar en nombre del abuso y la ruptura del contrato social, rige el principio de legalidad. Todos los ciudadanos, desde el presidente de la república hasta el más humilde de ellos, se someten a la ley, todos responden de sus actos, sin privilegios (y por eso democracia es libertad e igualdad garantizadas por la ley) porque en una sana democracia no hay personajes de primera puestos para abusar de la ley, y de segunda obligados a cumplirla y encima de eso a ser víctimas –sin tener a quien acudir para quejarse– de los caprichos de la egolatría gubernamental, los atropellos más ominosos.
Por supuesto, si a este degredo de las leyes añadimos el profundo fracaso del modelo que nos abruma, y el hundimiento del nivel de vida de los venezolanos, tendremos una visión completa de la tragedia que está viviendo la Venezuela de nuestros días. La situación es insólita. La condición del pueblo es humillante: hambreado y hambriento, en medio de una crisis humanitaria que al gobierno no le da la gana de reconocer aunque compatriotas de todas las edades mueran por carencia de medicinas. Por no admitir que los disparates han causado esta crisis, el presidente Maduro ha vetado la masiva ayuda humanitaria que en el mundo quieren proporcionarnos. Vale decir: el gobierno no lava ni presta la batea, así desaparezca la especie humana.
Nelson Socorro refleja el criterio de muchos venezolanos sensibles e inteligentes, a los que no les pasa por la cabeza que un gobernante pueda alcanzar esos grados tan absurdos de inconsciencia. Consideran que el fracaso global y multifacético del gobierno no puede obedecer a simples razones de incompetencia. Piensan que en sana lógica se trata de una sibilina estrategia, una cadena de actos deliberados minuciosamente calculados para abrumar la vida de los venezolanos. ¿Y cuál sería el objeto de tal operación? En ese orden de ideas, lo que busca el gobierno es que aplastado por las privaciones sociales y sin ley ni juez ni autoridad a las que legalmente apelar, los venezolanos no protesten.
El caso es que si ese fuera el sentido de las acciones oficialistas, la meta no solo no se ha logrado sino que cada vez se aleja más. Las protestas han crecido hasta la desesperación. La gente le perdió el miedo al poder y lo que puede esperarse, si no hubiera cambios, es un negro y sangriento porvenir.
Por eso discrepo de la opinión de esta valiosa franja de venezolanos representados por Nelson. Pienso que el asunto es más sencillo. El modelo ha fracasado, como lo admiten cada vez más personas formadas en el sueño original chavista, como Freddy Bernal y Juan Barreto, para nombrar solo a los más recientes casos de gente que ya no puede callar.
Lo sorprendente es que la única salida que le queda al poder en una emergencia como la actual es el diálogo. Acostumbrado a la falacia, ha perdido demasiado tiempo entre descalificarlo, insultar al adversario o tratar de jugarlo con dados cargados o cartas marcadas. Por supuesto, hay temas innegociables porque ya no le pertenecen a los jugadores que disputan en el tablero. El revocatorio es innegociable porque siendo un derecho constitucional ya no está en la mano de Capriles y de la MUD, sino de millones de almas que lo hicieron suyo al consignar públicamente sus firmas.
Espero que Maduro comprenda que no se trata de engaños sino de realidades. Dos partes hablando en serio pueden mover montañas en la confluencia que logren encauzar.
@AmericoMartin