Más de 7.000 kilómetros separan Caracas de Montevideo, más o menos la misma distancia que hay entre «La Casona» y «Suárez y Reyes», las residencias presidenciales de Venezuela y Uruguay, respectivamente. En 1999, Hugo Chávez dormía en la primera y Julio María Sanguinetti, en la segunda. Sólo coincidieron un año al timón de sus países, ya que el charrúa afrontaba entonces la recta final de su segundo mandato, pero fue un tiempo más que suficiente para que el dirigente perfilara una imagen sobre Chávez que hoy ve proyectada en España, Estados Unidos o Reino Unido.

«El señor Trump en Estados Unidos, los señores de Podemos en España o el movimiento del Brexit tienen algo en común, el populismo», señala Sanguinetti, que enmarca el auge de estas formaciones en una «tendencia anti establishment a nivel mundial». Sobre los partidos populistas, que tan bien conocen —como a Chávez— al otro lado del Atlántico, el uruguayo tiene una clara opinión: «Fueron un desgraciado patrimonio para Latinoamérica».

Apoyado en una silla más propia del Rey Arturo, con el Cantábrico de fondo y un cielo encapotado sobre su cabeza, el expresidente despacha preguntas sirviéndose de la verborrea que tradicionalmente otorgan los estereotipos a los buenos conversadores latinoamericanos. Como viejo político, desarrolla su relato de primeras y se viste de torero cuando prefiere esquivar alguna cuestión. Si no quiere entrar en algún tema, lo evita, sin más, pero si responde, lo hace como dan el pase los futbolistas eficaces: cortito y al pie.

Y en este punto le cae una pelota con pregunta -¿de verdad hay algún paralelismo entre Podemos y el régimen de Hugo Chávez?- que despacha al primer toque. «Es el mismo fenómeno con las connotaciones locales de cada lado», resuelve Sanguinetti, quien advierte que los populismos a veces toman el disfraz «de izquierda o de derecha» pero siempre, a su juicio, persiguen lo mismo: «La anti institucionalidad, la fragmentación de los Estados, debilitar las instituciones democráticas, la sustitución de la razón por la emoción y la plaza pública como expresión de la representación en lugar de los Congresos elegidos democráticamente».

Regeneración política
Con la perspectiva real de que los partidos populistas lleguen al poder —y si no que lo pregunten en Reino Unido— Sanguinetti, que prefiere «contar sus experiencias antes que dar consejos», recurre a una de ellas para recordar el episodio que posibilitó que Chávez llegara al poder. «Chávez no destruyó los partidos en Venezuela, al contrario, fue el hijo de que la vieja socialdemocracia y la vieja democracia cristina venezolana, que eran partidos muy fuertes, se cayeran», rememora.

A partir de ahí, según recuerda, estos partidos hegemónicos —como en España lo son PP y PSOE— «dejaron un agujero en el que entró ese Gobierno extraño que dio lugar a un coronel demagógico, Chávez, que abrió esta etapa tan dramática que vive Venezuela». «Lo estamos pagando muy caro», lamenta el sudamericano, por lo que deja entrever que, para no repetir algo similar, en España «hay que recomponer» a los grandes partidos, pese a que la corrupción les haya afectado. «La democracia sin partidos es el mundo de los mesiánicos, de los liderazgos fugaces, de los liderazgos de burbuja y propaganda», advierte un hombre que insiste en la importancia del aparato institucional. «Las personas pasan y las instituciones quedan, son la única garantía que tenemos«.

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