En su reciente primer discurso ante el Congreso, el presidente Trump abarcó diferentes tópicos. Entre ellos no estaban incluidos los problemas más graves que tenemos en el Caribe: en efecto, los temas Cuba y Venezuela brillaron por su ausencia.

EL NUEVO HERALD

El caso de Venezuela puede generar, incluso, una zona de tensión en la región, ya que Cuba e Irán pueden entrar en escena, y en teoría, China y hasta Corea del Norte pudieran ser fichas en el tablero.

Sabemos que el régimen dictatorial comunistoide que impera en Venezuela tiene fuertes lazos con Irán. También conocemos que China tiene grandes intereses en Venezuela. En el pasado mes de diciembre le volvió a conceder a ese país un préstamo por $5,000 millones, los cuales se sumarán a la deuda previa de $50,300 millones, impagable con los precios actuales del petróleo. Para colmo, se ha publicado que el vicepresidente de Venezuela es un connotado narcotraficante. Y para ponerle “la tapa al pomo” se habla de reconocidos terroristas internacionales que han adoptado a Venezuela como su santuario particular.

Varios intelectuales del patio han esbozado una interesante teoría que asemeja el caso del presidente Maduro con el depuesto ex-presidente de Panamá Manuel Antonio Noriega.

Resulta que el gobierno dictatorial de Noriega cubría operaciones de narcotráfico. Todavía se recuerda cuando al dictador, machete en mano, se le ocurrió la infeliz idea de retar al presidente norteamericano en funciones, George Bush padre, declarándose por demás en estado de guerra contra EEUU. El 20 de dicembre de 1989, Panamá fue invadido por tropas estadounidenses, y su gobernante fue depuesto, juzgado y aún permanece encarcelado.

Muchos piensan que un capítulo semejante puede repetirse en Venezuela. Si comparamos a Noriega con Maduro, resulta que el primero es “un niño de pecho”.

Panamá fue invadida por mucho menos de lo que ha hecho Maduro y su régimen. La pregunta obligada es: ¿Acaso Venezuela corre el riesgo de ser invadida en el corto plazo?

Son épocas distintas. En 1989 la conformación de la OEA y la ONU no eran como hoy en día, aunque ambas ya eran abiertamente antiamericanas, como se comprobó entonces cuando tanto la OEA como el Consejo de Seguridad de la ONU condenaron abiertamente la invasión. Actualmente una multitud de países incómodos para EEUU se han apoderado de esas instituciones.

A pesar de que estos organismos están desprestigiados y realmente son un instrumento de la izquierda internacional, a EEUU no le conviene violentar sus disposiciones. Eso daría pie a que todos los grupúsculos izquierdistas latinoamericanos regresaran a la década de los 70, cuando acusar de imperialista a EEUU era la moda.

La solución planteada sería negarles fondos estadounidenses a dichos organismos y crear una nueva institución con carácter estrictamente democrático. Sin embargo, esta solución parece irrealizable en el corto plazo. Eso implicaría que lamentablemente se irá afianzando el régimen opresor en Venezuela. Y penosamente, sus habitantes se irán acostumbrando a la penuria y al maltrato, tal como ha acontecido en Cuba por tres generaciones.

El caso de Cuba es patético. La más larga dictadura comunista que ha conocido el mundo contemporáneo en América Latina, permanece a escasas 90 millas de la Florida. A través de 58 años no sólo ha reprimido, encarcelado o desaparecido a sus opositores, sino que además se ha dedicado a contaminar con su ideología a todos los países latinoamericanos, desestabilizando varios gobiernos constitucionales y propagando un sentimiento antiamericano, particularmente en los estratos más bajos de las sociedades.

Analizando el fenómeno, tal parece que todo tuviera un carácter estrictamente partidista. Por ejemplo, la esposa del encarcelado líder opositor venezolano Leopoldo López, Lilian Tintori, recientemente se retrató con Trump en la Casa Blanca, captando así votos de los venezolanos. Para variar, el entonces candidato Donald Trump durante su campaña, tomó su café cubano en el restaurante Versailles, logrando así el voto de esa comunidad. Y por los vientos que soplan, Trump al parecer poco o nada hará ni por los cubanos ni por los venezolanos.

El 1ro de marzo pasado, el senador demócrata Ben Cardin impulsó un documento aprobado unánimemente por el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, pidiendo garantizar las libertades civiles, la liberación de presos políticos y la ayuda humanitaria en Venezuela. Hacen falta condenas similares referentes al drama cubano, que por su larga permanencia, pareciera ser ya una mala costumbre, mientras el pueblo de a pie en Cuba languidece por todo tipo de necesidades, incluyendo una persecución política implacable.

Sucede que lo que llama poderosamente la atención es que problemas tan graves y cercanos, como son los casos de Cuba y Venezuela, hayan sido obviados por Trump en su discurso. No encontramos otro motivo, a no ser que se quiera mantener “la leña lejos del fuego”, o sea, evitar cualquier conflicto en el Hemisferio Occidental.

En todo caso, el presidente Trump debe saber que no se trata solo de hacer política; también existen muchas familias que están esperando por soluciones para estos casos.

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