“Una ciudad no es una ciudad sin una librería”, dijo en una oportunidad el escritor y guionista Neil Gailman. Efectivamente, resulta imposible concebir una sociedad sin libros, una idea descabellada que solo pareciera existir en distopías como la del Fahrenheit 451 de Bradbury, o en los capítulos más oscuros de la historia universal. Sin embargo, no siempre se necesita quemar libros para intentar acabar con la literatura. A veces solo se necesita asfixiar su cordón umbilical y dejar a las librerías morir de mengua.
En medio de la fuerte hiperinflación que afecta el normal desarrollo económico del país, el mercado editorial no escapa a la crisis, y así como hay anaqueles vacíos en los supermercados hoy, también las estanterías se están quedando sin libros.
Andrés Vásquez tiene 40 años al frente de uno de los stands del emblemático pasillo de los libreros, al lado de la Facultad de Ingenería de la Universidad Central de Venezuela. Ha visto generaciones enteras de ucevistas atravesar ese corredor en busca de textos de estudio, ensayos o poemarios y novelas, al punto de aprender a leer sus rostros y saber cuál es el libro indicado para cada cliente.
Ante el panorama que se cierne sobre el futuro de su oficio, no es nada optimista. “Solo dos años más le quedan a las librerías”, afirma contundente.
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