Durante siete meses ha sido el buque insignia de las actuaciones en Libia
Desde su pista han salido aviones de combate con más de 1.200 bombas

Apenas a 10 metros. A pie de pista. Un lujo poder oír -porque, sin duda, lo que más impresiona es el rugir de los motores-. Un lujo poder ver el aterrizaje y despegue de los cazas F-18 de las fuerzas aéreas de Estados Unidos. Un lujo admirar cómo la tecnología frena a esos aviones que aterrizan en apenas 400 metros. Un lujo alucinar cuando son catapultados en apenas un segundo desde los 0 a los 300 kilómetros por hora para ponerlos en el aire, en vuelo de combate. Un lujo contemplar cómo bajo esa impresionante pista hay todo un tetris de aviones, poder observar esos ascensores que utilizan para subirlos a sus pistas. Y alucinando cuando todo el personal se mueve como una orquesta, con una sincronización perfecta, apartándose con precisión del fuego que sueltan los motores de los cazas. Un simple error puede acabar en catástrofe, recuerdan los que están al frente de la seguridad naval del Ike.

Porque estamos hablando de una de las embarcaciones más emblemáticas de la Marina de Estados Unidos, una de las naves que ha participado en misiones de guerra durante este siglo y el pasado. Una ciudad sobre el agua, una maquinaria demoledora cuando se pone en marcha, capaz de golpear como un martillo pilón contra su enemigo, con perseverancia y contundencia. Una embarcación en la que viven y trabajan más de 5.000 personas. Me refiero al portaviones USS Dwight. D. Eisenhower.

Está regresando de su misión en el Mediterráneo, de formar parte del despliegue que trata de minar al autodenominado Estado Islámico. Y logramos visitarlo durante su travesía. Allí aterrizamos en un avión C-2 Greyhound. La impresión del frenazo, de las que no se olvidan. Pero, aun así, muy lejos del impacto que produce despegar, ser catapultado a toda potencia desde el portaaviones es indescriptible.Cuando uno abandona esa ciudad del agua, entiende por qué los Estados Unidos organizan visitas durante el trayecto de su nave, por qué muestran con orgullo a «amigos y aliados» su potencial militar, su capacidad naval con la que han sido y siguen siendo los grandes gendarmes del mundo.

El Ike ha estado siete meses de misión en aguas de guerra. Durante ese tiempo, sus aeronaves han realizado casi 2.000 salidas, 2.000 vuelos cargados con 1.200 bombas para soltarlas en sus objetivos: Daesh. Se ha convertido en una pieza clave a la hora de lograr el debilitamiento de la trama terrorista. Ha estado en el área de influencia de la Quinta Flota: golfo Pérsico, mar Rojo, mar Arábigo y costa oriental africana. Este portaviones tiene capacidad para embarcar hasta 90 aeronaves, con la siguiente configuración en base a seis tipos de aparatos: cazas de combate (F-18 «Hornets» y «Super Hornets»), helicópteros MH-60 R/S Seahawk, aviones de vigilancia E-2C Hawkeye, aviones de guerra electrónica EA-18G Growler y de transporte C-2 Greyhound.

La embarcación es tan alta como un edificio de 25 plantas, tan ancha como un campo de fútbol y tan larga como la altura del Empire State.

Los oficiales del barco explican que en esta nave pueden convivir cerca de 5.600 soldados, entre tripulantes y personal aéreo, aunque su capacidad máxima alcanza los 6.000. Un 20% de la población son mujeres. Y de lo que se considera tripulación -fuera quedan los pilotos y sus equipos-, la media de edad es de tan sólo 19 años.Dispone de cuatro ascensores gigantes que suben los jets bélicos a la cubierta de vuelo. Allí, unas potentes catapultas aceleran los aviones de 0 a 300 kilómetros por hora en tan sólo un segundo. Además, permite el despegue simultáneo de hasta cuatro aviones. El Ike es una ciudad. No sólo trabajan los miles de militares, sino que conviven y disponen incluso de jornadas de descanso. «Lo más duro es cuando pasas meses sin poner pie en tierra», apunta un miembro de la tripulación. Son algo más de 200 los pilotos que viajan a bordo de este portaviones.

Porque clave es la logística de guerra, pero esencial, las zonas de esparcimiento. Y las tienen. Eso sí, acordes a una embarcación así.La tripulación se distribuye por enormes habitaciones comunes en las que una cortinilla separa cada espacio individual. Además, el enorme navío cuenta con numerosos especialistas en el mantenimiento de las aeronaves, la preparación de las bombas o la gestión de los dos reactores nucleares que hacen avanzar al buque. Es difícil no estar en forma en una nave donde subir y bajar por las estrechas escaleras es continuo. Los pasillos son muy estrechos pero está organizado para que no haya «problemas de tráfico». Escaleras, ruido de motores en plena ebullición y olor a carburante, tres de los pilares diarios de este impresionante transatlántico de la guerra.

Pero si impresionante es la maquinaria bélica, la logística no se queda muy rezagada. Se cuentan por cientos los encargados de las inmensas cocinas, de la planta desalinizadora, de la peluquería, del dentista, del periódico local, del hospital, de la prisión o la capilla, donde se celebran misas y festividades de otros credos. Durante un periodo de al menos siete meses, viven y trabajan juntos toda la semana, con muy poco tiempo libre y sin apenas ver la luz del sol.

EL MUNDO

Comentarios de Facebook

Dejar una respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here