En un largo artículo publicado este fin de semana, el periodista Gay Talese rememora un turbador episodio ocurrido hace más de tres décadas en un motel de Aurora (Denver). “Hoy se ha cumplido un sueño que ha ocupado constantemente mi mente y mi ser. Hoy, compré el motel Manor House y mi fantasía se ha consumado”. Estas son las primeras palabras que figuraban en el volumen ‘El diario del voyeur’ que el escritor estadounidense Gay Talese recibió en su correo a comienzos de los años ochenta. “Finalmente, seré capaz de satisfacer mi anhelo constante y mi deseo incontrolable de husmear en la vida de los demás”. Talese, autor de ‘Honrarás a tu padre’, sabía bien de lo que hablaba: él mismo había acompañado a su autor en una de sus pesquisas nocturnas. Y había visto con sus propios ojos a una pareja haciendo el amor a través de un agujero en el techo de una de las habitaciones de un hotel en Aurora (Colorado).

‘The New Yorker’ publicó el pasado fin de semana un reportaje con el resumen de lo que será el próximo libro de Talese, que a sus 84 años sigue siendo el gran icono del Nuevo Periodismo junto con Tom Wolfe. Y este ha levantado no pocas ampollas, justo la misma semana en la que Talese había sido objeto de la polémica tras admitir que ninguna mujer escritora le había influido porque “no escriben buena no ficción ya que no se sienten cómodas hablando con extraños”. Sobre todo porque el resumen supone la revelación de varios comportamientos ¿criminales? de los que Talese no había dicho ni media palabra durante los últimos 35 años.

Mi ‘peeping tom’

Talese conoció al voyeur, cuyo nombre es Gerald Foos, en 1980, mientras se encontraba investigando para lo que se convertiría en uno de sus grandes libros, ‘La mujer de tu prójimo’ (Debate), en el que mostraba los cambios sexuales que se habían producido en la sociedad americana. Foos escribió a Talese explicándole que durante alrededor de una década y media había espiado a los inquilinos del motel de 21 habitaciones del que era propietario en Denver (Colorado), y que había adquirido “para satisfacer mis tendencias voyeurísticas e imperioso interés en todos los aspectos en los que la gente conduce sus vidas, social y sexualmente”.

Foos le explicaba que, además de husmear en la vida sexual de sus clientes a través de un agujero de 15 centímetros por 35 en el techo de las habitaciones, cubierto por pantallas de aluminio que le permitían una buena visión cenital (y genital) de sus huéspedes, había dejado constancia por escrito de casi todos los individuos a los que había espiado: hombres de negocios que acudían al motel con sus secretarias, parejas casadas de viaje, parejas homosexuales… y, a partir de los 70, algún que otro trío. Todo ello realizado con la connivencia de su esposa, Donna, que a veces también subía a mirar (aunque aclaraba que ella “no era una ‘voyeur’, simplemente, la devota mujer de uno”). Foos le ofrecía a Talese un vistazo privilegiado a todas sus anotaciones y, de paso, le invitaba a compartir con él una de sus noches salvajes.

Dicho y hecho. Animado por el personaje, más que por el hecho de ver a nadie haciendo el amor, Talese cogió un avión a Denver donde fue calurosamente recibido por Foos, un cuarentañero fornido que no tenía nada de especial. En el camino al motel, le explicó gran parte de su vida, especialmente la sexual, antes de hacerle firmar que no compartiría la información sin su consentimiento: había estado casado desde 1960 con Donna, de niño había tenido una fuerte fijación erótica con su tía Katheryn y su primera novia le había abandonado después de descubrir su fetiche con los pies. “Como periodista, no recuerdo a nadie que haya requerido de mí menos que él”, explica. Foos le explicó que todo había comenzado cuando empezó a hacer expediciones voyeurísticas por el vecindario.

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El CONFIDENCIAL

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