En una breve frase, es imposible imaginar el cine venezolano de hoy sin la presencia aquí de Mauricio Walerstein. Francamente, no sé cuál haría sido el destino de quienes pudimos cumplir nuestro sueño de hacer películas de verdad si aquel joven cineasta mexicano no hubiese decidido abandonar la privilegiada posición que tenía en su país, donde era el heredero de la principal casa productora en una industria cinematográfica de verdad, para radicarse en uno donde la producción de películas se reducía a unos cuantos cortometrajes mayormente documentales, y a heroicas epopeyas para hacer un largometraje artesanal y cooperativo cada dos o tres años.
Tal era el panorama de nuestro cine cuando Mauricio se dejó convencer por otro gran pionero, Abigaíl Rojas, para venir a Venezuela a producir y dirigir “Cuando quiero llorar no lloro”, a partir de la novela de Miguel Otero Silva. Casi de inmediato produjo, también con Abigaíl, “La quema de Judas”, dirigida por el mayor de todos nosotros, Román Chalbaud. La envergadura de producción y la calidad de dirección de esas dos películas representaron para nuestro cine un salto enorme, al punto de que nadie duda en ubicarlas como el nacimiento del “nuevo cine venezolano”. Es justo reconocer que ya existían los esfuerzos gremiales e intelectuales para dar a nuestro cine una dimensión de política de Estado, ya estaban nuestros pioneros de entonces pergeñando leyes de cine y fundando a la ANAC, auténtico baluarte institucional de todo lo que hemos logrado.
En mi modesta visión, la suma del empecinamiento gremial de quienes aquí pugnaban por establecer un cine nacional más el empuje profesional y creativo que de México trajeron Mauricio y Abigaíl, produjo la matriz de todo lo que hoy se nos admira y respeta en Venezuela y el mundo. Creo necesario recordarlo, para conocimiento de las nuevas generaciones de cineastas que suelen desconocer u olvidar esa historia, y en homenaje a mi entrañable amigo dolorosamente fallecido esta madrugada.
Tras esas dos experiencias, Mauricio decidió proseguir su vida en nuestro país. Nunca le pregunté la razón exacta de tal decisión. Quizá porque siempre supuse que Venezuela, y su cine pujando por nacer, le ofrecieron la perspectiva de volar con alas propias y de fundar algo sólido en territorio virgen, a partir del promisorio embrión que ofrecía nuestro amado país en los años 70. Una tierra y una gente que desde siempre deslumbraron y enamoraron a sus visitantes. Aquí se llenó de amigos, de afectos, y es bueno decir que no le escasearon los inmerecidos detractores. Sin dejar de emprender nuevos proyectos, aquí se integró como uno más a la tarea de construir gremios, instituciones y reglas de juego para hacer crecer a nuestro cine.
Lo conocí a poco de iniciar mi carrera como director y pronto construimos una alianza y sólida amistad de la que me sentiré siempre orgulloso. En un tiempo tuve el honor de compartir con Mauricio el título de “el más detestado”, por no convocar hoy la palabra exacta que suelen sufrir en Venezuela quienes destacan por sus esfuerzos en pro del colectivo y ellos los dota inevitablemente de algún poder. Así que pude disfrutar de cerca la especial inteligencia de Mauricio, su inagotable habilidad negociadora,su manejo de la experticia financiera, su imaginación para aprovechar los escenarios propicios o disminuir el daño de los desfavorables. También su sentido del humor y sus inagotables anécdotas de la “Época de Oro del Cine Mexicano”. Porque Mauricio se crió y creció en los Estudios Churubusco, en brazos de María Félix, Jorge Negrete, Gloria Marin, Ninon Sevilla, Pedro Infante… Mauricio era intelectualmente toero e integral, como debe ser un director de cine: inquieto, curioso, valiente, seductor, poli-interesado. Cada vez que lo encontré tuvimos charlas de todo lo imaginable, incluidos por supuesto la política nacional y mundial y todos los deportes que pueda imaginarse.
Mauricio realizó casi toda su extensa y valiosa filmografía en Venezuela. Cuando comenzaba la noche gris que vivimos los venezolanos Mauricio se regresó a México, no por huir de aquello que él y cualquier persona lúcida podía presentir, sino por razones personales y familiares. El legendario Don Gregorio Walerstein comenzaba a apagarse y él, único de sus hijos dedicado al cine, debía hacerse cargo de un patrimonio fílmico y familiar. Debo decir que su repatriación coincidió con un distanciamiento de nuestra amistad, algo que pudo borrarse pronto pero que la distancia contribuyó a prolongar. Mas todo fue satisfactoriamente zanjado con motivo de la radicación de hijos nuestros por allá, y los consiguientes viajes que hicimos Malena y yo. Fue un reencuentro grato y sincero, en la casa generosa que fundó allá con Marisela, la depositaria de su amor supremo y definitivo, donde se mantuvieron las puertas abiertas a los venezolanos y a todo aquel que tuviera algo positivo que decir y realizar.
En fin, este texto podría prolongarse, tanto tengo que decir de mi amigo fallecido cuando aún tenía tanto que dar. Malena y yo, acompañados por nuestros hijos y nietos, le ofrecemos un afectivo hasta luego; y un estrecho abrazo a su amada Marisela Berti, a sus hij@s Marcela, Ximena y Alejandro Walerstein, a Luis Armando Avellanet, y a toda la familia. Igualmente al cine venezolano y al mexicano, que pierden a uno de sus exponentes más valiosos.
@TUrgelles