Filsan hace cola delante de la Agencia de la ONU para los refugiados de Nairobi junto a una docena de mujeres más. Vestida con un guntiino negro —una túnica tradicional somalí—, espera su turno para subir a uno de los minibuses que la llevarán hasta uno de los campos de refugiados más grandes del mundo, en el norte de Kenia. Enrollados en una pequeña mochila, permanecen intactos los recuerdos de una huida dolorosa y ensordecedora; la memoria de una guerra que obliga a escoger entre la vida —lejos del mundo conocido, donde terminan los confines de lo confortable— y la muerte. Siguiendo las huellas de otras miles de personas como ella, Filsan llegará en pocas horas a un limbo que puede ser la pesadilla de aquellos refugiados que soñaban con la libertad. En Kenia, este limbo tiene dos nombres propios: Kakuma y Dadaab.
“La autoestima de estas personas está muy minada”, cuenta Duke Mwancha, portavoz keniano del Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), desde su oficina de Nairobi. “Muchos no conocen otra nación que la del campo e incluso se sienten orgullosos de su pertenencia allí. Pero el ser refugiados no es lo único que los define”. La identidad, siempre problemática, se ve sujeta a paternalismos, ideas preconcebidas y clichés, cayendo como una losa a hombros de jóvenes que han nacido en el exilio. “Por eso nos pareció importante llevar a cabo el proyecto Artists For Refugees para permitirles expresarse, darles la posibilidad de decidir quiénes son, desarrollar su creatividad y explorar sus propias capacidades artísticas”.
Artists For Refugees, o Artistas para los Refugiados, nació de la mano del dibujante y caricaturista Victor Ndula y la estrella del hip-hop keniano Octopizzo con la intención de dar voz a este colectivo y ofrecerle herramientas para dar a conocer sus realidades. “El arte cumple en este proyecto una función terapéutica, pero también sirve como formación profesional. Es decir, permite que las personas expresen su estado de ánimo o sus preocupaciones diarias a la vez que les supone un medio de vida”, cuenta Victor desde la redacción de The Star.
Después de Etiopía, Kenia es el segundo país africano que más refugiados recibe y el sexto en todo el mundo en garantizar su protección, por delante de cualquier país europeo. A finales de 2015, más de 600.000 vivían dentro de sus fronteras según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (Unocha). La mayoría de ellos, provenientes de Sudán del Sur o Somalia, lo hacen en Dadaab o Kakuma, dos auténticas ciudades-prisión en un extremo y otro del país. En la frontera occidental, Kakuma acoge cerca de 190.000 personas. A unos 100 kilómetros de la frontera oriental con Somalia, el mayor campo de refugiados del mundo, Dadaab, da cobijo a más de 350.000 desplazados forzosos. Este año cumple 25 años, con familias que llevan tres generaciones viviendo en sus entrañas.
“Los refugiados son personas como tú y como yo que, en un momento dado, han tenido que vivir una situación desoladora y desesperada que los obliga a huir dejando atrás toda su vida”, cuenta Mwancha. “Pero ante todo, son personas”, subraya. Personas privadas de libertad que viven en espacios superpoblados y sin ninguna certeza sobre dónde lo harán mañana, porque su futuro depende de decisiones políticas. En este caso, del Gobierno keniano.
“La primera vez que pisé Kakuma sentí una sensación de desdoblamiento. Por un lado, la situación de los refugiados encerrados en el campo me conmovió profundamente. Pero por el otro, me di cuenta de que estaba lleno de personas ávidas de aprendizaje y con ganas de salir adelante”, explica Victor Ndula, caricaturista del tercer periódico más leído de Kenia, The Star, mientras realiza los últimos retoques de una viñeta que saldrá publicada al día siguiente. “Es un hecho que muchos refugiados sufren trastornos mentales, tanto por el trauma de las realidades que los han llevado hacia el asilo como por el hecho de encontrarse reclusos y con falta de oportunidades”.
Artistas, no refugiados
Documental sobre el proyecto ‘Artist for refugees’ de Octopizzo Foundation y Acnur
https://m.youtube.com/watch?v=RqzNib-tKHc
El proyecto, auspiciado por la oficina de Acnur en Kenia, se inició en 2015 con la intención de dar apoyo a los artistas y músicos que vivían como refugiados en Kakuma o Dadaab, pero también para fomentar las artes entre las personas que vivían en los campos y que nunca habían tenido la oportunidad de desarrollar sus inquietudes artísticas. “Al llevar pinturas, aerosoles y demás utensilios a Kakuma, nos dimos cuenta de que personas que nunca habían tenido la oportunidad de plasmar sus pensamientos en forma de dibujos o cuadros en un lienzo en blanco, tenían mucho que decir a través del arte”, dice Victor relatando el talento artístico que encontraron en un primer acercamiento a los enclaves del norte del país.
Octopizzo, Victor y algunos miembros de ACNUR desembarcaron en Kakuma por primera vez a finales de 2014 con la intención de ofrecer entretenimiento y talleres para desarrollar el talento latente en el campo a través de la música, el periodismo, la fotografía o las bellas artes. De esta forma los beneficiarios podrían aumentar sus oportunidades de ganarse el sustento y, además, seguir formando a otros habitantes del campamento. “La música y el arte resultaron ser un antídoto y una arma indiscutibles, pero sobre todo un enfoque innovador a la hora de tratar el tema de los refugiados”, explica Ndula. El proyecto, que ya ha asesorado y enseñado a cientos de jóvenes, “está siendo todo un éxito y esperamos que se pueda hacer viral y replicar a otros campos del mundo”, expresa de forma optimista Mwancha.