Thomas Hobbes, el gran pensador inglés autor de uno de los escritos constituyentes del Estado moderno, el Leviatán, atribuye la necesidad de su origen al máximo temor del hombre: no a la vida, que la carga inconsciente de su valor, sino a la muerte. Y no a cualquier forma de muerte, un hecho inevitable al que la cultura ha intentado dar una respuesta satisfactoria, aunque siempre frágil e insuficiente, sino al temor a una muerte violenta, la más espantosa de las muertes. La muerte causada por el hombre en su lucha existencial por el poder.
A lo largo de la historia de la civilización – ¿un millón o mas de años? – la muerte violenta provocada por la trágica impotencia del hombre ante las desatadas e incontrolables fuerzas de la naturaleza sólo ha podido ser superada por la muerte violenta causada por la mano del hombre ante sus semejantes. De la primera de las formas de violencia, la provocada por las desatadas fuerzas de la naturaleza, las escrituras fundacionales dan cuenta con la narración del diluvio universal. De la segunda, las nuestras la asoman con el brutal asesinato de Abel por su hermano Caín, provocada por la envidia y la ambicion, los dos poderes que jalonan de sangre la historia de la humanidad. Solo el Estado, así argumenta Hobbes, podría controlar y racionalizar el gran terror causada por los imperativos de la Guerra de todos contra todos, la Bellum Omnia Contra Omnes que lastra nuestra aterida humanidad. Desaparecido el Estado, el hombre volvería al imperio de la barbarie, al matadero colectivo, a la carnicería. Incluso al canibalismo.
Ninguna sorpresa que aquellas naciones latinoamericanas dotadas primero y con suficiente fortaleza de un Estado nacional, como fuera el feliz caso del Chile de nuestro gran Andres Bello, continúen aun hoy con los mas bajos índices de violencia, mientras aquellos que apenas han sobrepasado la organización tribal de sus construcciones estatales, como la nuestra, sufran el terror de una violencia encarnizada y cotidiana. Como tampoco es un misterio la correlación inmediata y directa entre la desaparición del poder contralor del Estado y la aterradora proliferación del crimen, del asesinato, de la violencia. Que es nuestro caso.
Es lo que debemos constatar con inmensa pesadumbre los venezolanos pues ha sucedido a lo largo de toda nuestra historia republicana, parida bajo los monstruosos rigores de la Guerra a muerte, reproducida y ampliada luego con los espantos trágicos de la Guerra Federal, el centenar o mas de las explosiones, conflictos y enfrentamientos sangrientos que a falta de un nombre mejor han recibido el pretencioso de revoluciones, todas motinescas, caudillescas, anárquicas, irracionales y bárbaras, que no pretendían otra cosa sino implantar el nunca superado imperio despótico de las dictaduras, solo interrumpidas tras un siglo y medio por el milagro de Punto Fijo, para volver a caer en la tragedia de esta crisis humanitaria que comenzara a prepararse hace dieciocho años. El terror a la muerte violenta, brutal, cruenta e inhumana deja de fundamentar la necesidad de la existencia del Estado para ser, por el contrario, el instrumento de la aniquilación del sujeto emancipado y la imposición de la tiranía. El sangriento regreso al estado original de la especie.
¿Sorprenderse por el aterrador despliegue de violencia, asaltos, secuestros y asesinatos acumulados a extremos de espanto nunca antes vistos desde la imposición de un regimen que persigue la aniquilacion del Estado de Derecho, la subversión del orden y el dislocamiento del normal desarrollo de la sociedad? ¿Negarse a comprender que las causas de este aterrador estado de cosas están en la consciente y sistematica persecución de la destrucción del orden liberal para implantar una dictadura totalitaria siguiendo el modelo y las instrucciones para armarla de parte de la ingeniería totalitaria del Estado cubano? Solo los protervos causantes de este estado de cosas, solo quienes sacan provecho del desencajamiento del orden establecido a lo largo de dos siglos de historia republicana para convertirnos en una sociedad totalitaria pueden negar que son ellos, y mas nadie, los responsables por este estado de anomia absoluta.
Las bandas hamponiles, multiplicadas en nuestro país a extremos escandalosos, no hacen mas que seguir el modelo y el ejemplo instaurado por quienes niegan y aplastan todos los derechos ciudadanos. Los maestros del crimen y el asesinato están en las máximas alturas del poder. Aliados al narcotráfico y al terrorismo. Y lo mas trágico y escandaloso: bajo el amparo, la protección y el auxilio de las fuerzas del orden publico encargadas de velar por la integridad de nuestra soberanía, atropellada a diario por los tiranos que controlan desde La Habana su satrapía de Tierra Firme en manos de uno de sus agentes. ¿Cuánto mas tiempo se extendería el crimen si las fuerzas armadas asumieran su responsabilidad histórica y existencial de cautelar la paz y la seguridad ciudadanas y cumplieran a cabalidad sus obligaciones constitucionales, hoy flagrantemente violadas?
La violación de nuestros derechos humanos, y en grado sumo la del máximo y mas sagrado de ellos, el derecho a la vida, no hace más que reproducir fiel y objetivamente la violación que constatamos a diario dictada desde las sórdidas alturas del Poder. ¿Por qué razón en una España mucho mas poblada que nuestra Venezuela, hubo durante el año ultimo pasado 400 asesinatos, mientras que en nuestro país la cifra de muertes violentas causadas por el hampa alcanzó los 30.000 homicidios? ¿Por qué razon en ninguna otra sociedad democrática del mundo se ve a tiranos imperiales flanqueados por las máximas autoridades supuestamente nacionales? ¿Quién manda en Venezuela? ¿Raul Castro, Nicolas Maduro o Tarek El Aissami?
Ser asaltados dejó de ser en la satrapía castrocomunista que al dia nos define un triste y sórdido privilegio de unas pocas centenas de victimas escogidas al azar del destino, para convertirse en una alta opción vital de las mayorías. Vivimos la única democratización llevada a cabo por el castrocomunismo vernáculo: la del asesinato, la miseria extrema, el hambre. Nos afectan a todos por igual. Pues si durante el 2016 hubo treinta mil asesinatos, ¿cuántos fueron los secuestros, los asaltos, los robos, los heridos? No quisiera imaginarme la cifra. Desnudaria una tragedia insoportable que no tiene otro fin que habituarnos a la esclavitud que se pretende imponernos: humillarnos obligándonos a invertir el único tiempo que nos fuera dado en vida a la espera de recoger un mendrugo, someternos a la disciplina de la carencia, al espanto del hambre, al sórdido cumplimiento de la muerte por mano armada.
¿Culpar a las pobres infelices que sirven, inconscientes, a la destrucción de su patria, que ni siquiera han llegado a reconocer como suya, pues nos fue arrebatada por los gobernantes a partir del 4 de febrero de 1992? La mano asesina esta en las máximas alturas del Poder. Los complices en Fuerte Tiuna. Los legitimadores en el TSJ, en la Fiscalia, en la Contraloria, en los medios y periodistas al servicio de la dictadura. Los pobres desgraciados que nos despiertan de madrugada poniéndonos un cañon en la frente se conforman con arrebatarnos los pocos bienes materiales que nos quedan. Y si oponemos resistencia, a maltratarnos, a secuestrarnos, a asesinarnos. Sus instigadores nos siembran el terror con el que pretenden espantarnos el derecho a seguir siendo venezolanos.
Se equivocan. No les daremos en el gusto.
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