En un archipiélago de las islas menores de Sonda, los mapas pueden ser marcados legítimamente con una antigua señal de advertencia utilizada por los cartógrafos medievales: aquí hay dragones.
Estos dragones puede que no vuelen ni escupan fuego, pero no son menos impactantes o peligrosos que sus hermanos mitológicos.
Con 3 metros de largo y hasta 90 kilos de peso, estas bestias pueden corren a 29 kilómetros por hora para alcanzar a sus presas.
Una vez que tienen a un búfalo de agua o a un venado entre sus mandíbulas, le inyectan anticoagulante con veneno en las heridas profundas para que se desangre. Le espera una muerte espantosa, quizá peor que si hubiera sido abrasada por el fuego de la bestia mítica.
“Tiene todo un arsenal”, dijo Bryan Fry de la Universidad de Queensland en Brisbane (Australia). “Tiene los dientes como arma principal y, si no mueres inmediatamente por un corte en tu arteria femoral, vas a sangrar hasta que te seques y te mueras”.
Estos monstruos del mundo moderno son los dragones de Komodo (Varanus komedoensis) de Indonesia. Viven en las islas de Rinca, Gili Motang, Nusa Kode, Flores y Komodo.
Son los lagartos más grandes del mundo y se cree que son los últimos sobrevivientes de los lagartos gigantes que deambularon por Australia hace millones de años.
Los científicos creen que estos dragones luego se extendieron hacia el oeste, hasta llegar a las islas de Indonesia hace unos 900.000 años.
Siendo así, sobrevivieron a las glaciaciones, al aumento de los niveles del mar y a los numerosos terremotos y subsiguientes tsunamis que azotaron las islas menores de Sonda.
Pese a su capacidad para sobrevivir, a finales de la década de 1970 los expertos comenzaron a preocuparse por el futuro de los dragones.
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